lunes, junio 29, 2009

EL LABERINTO DE LA RAÍZ...



-ILUSTRACIÓN DE FREYJA. freyja_walkyrien@hotmail.com


HARAPOS DE ABANDONO*



Petrificado en el exilio de la noche,
el gnomo de membranas hambrientas
y heridas coaguladas por el látigo del sol,
suplica silencioso y a la intemperie por su huérfana inocencia.

Golpeado sobre la lozana piel naciente
desgarra sus sueños sobre el fango.

Querubín a la espera del retorno, desnuca a la justicia
tras el peso de una lágrima,
gestada desde las entrañas de su orfandad.

Vestido con harapos de abandono,
busca encontrar la esquina de su infancia,
atravesando angustias con sabor a prepotencia
que anule cicatrices, marchite lo imposible y destiña ausencias.

Metamorfosis de verbos, vigilan el “pienso” carcomido,
fantasma encadenado al sordo murmullo de los días,
que dañan crucifijos pintados de esperanza
entre las tenazas abiertas y dolosas de un germinado desafío.

Con resignados pasos,
cruza la frontera del destino al ritmo de los ciclos de la luna.

Atento a sus treguas sin color, rescata las siglas de los sueños
que suspendidas quedaron en el buzón del tiempo.
En búsqueda de Dios,
un par de sonrosadas mejillas sombrea la vida,
en reclamo justo por el dorso edénico de su inocencia.



*De Mary Acosta poemasdemary@hotmail.com





EL LABERINTO DE LA RAÍZ...





Fatalidad de los Espejos de la Lluvia*



*de Sergio Borao Llop. sergiobllop@yahoo.es
http://www.aragonesasi.com/sergio
http://sbllop.blogia.com
http://es.groups.yahoo.com/group/Camino-Al-Andar/



Afanosamente llovía sobre los innumerables paraguas que poblaban las avenidas y se abrían hacia el cielo gris, como un gesto desafiante. El rítmico redoble de la lluvia trabajaba con paciencia las aceras, las copas oscilantes de los árboles, el colapsado tráfico, las solitarias chimeneas que habitan los tejados, los verdes setos que flanquean la glorieta. Caía de costado contra los ventanales de los pisos altos, tras los cuales podían verse, espaciadamente, rostros confortados al sentirse inmunes al caprichoso trajín de la naturaleza. Envolviendo la ciudad en un húmedo abrazo ineludible, llovía aquella tarde en que descubrí a Irene.
(Sí, porque más que un encuentro, fue un descubrimiento, un abrir los ojos a una luz desconocida, casi un deslumbramiento. Fue como si la multitud apresurada de pronto no existiera, como si en toda la plaza no hubiera nadie más, nada más que ella y las baldosas blanquinegras, brillantes a causa del agua que corría vertiginosa sobre ellas, buscando los desagües; ella abandonadamente sola, pequeña, majestuosa, improbable, caminando sin prisa y sin paraguas bajo la furiosa calma del agua que caía.)
Llevaba el pelo mojado; gruesas gotas de agua resbalaban por su rostro, hermoso y acaso algo triste, uniéndose después en la caída al torbellino de las otras gotas y estallando con ellas al contacto del suelo, frío e inflexible, formando una misteriosa melodía que se propagaba por el aire fresco del atardecer urbano.
(Su pelo corto y empapado, sus ojos asombradamente abiertos y mirándome. A mí, que tampoco llevaba paraguas; a mí, con el pelo lánguidamente pegado a las sienes y a las orejas; a mí, que al igual que ella, caminaba con calma dejándome llevar por la irreprimible nostalgia de las tardes lluviosas; a mí que la miraba con idéntico asombro.)
En una tarde tan oscura, tan llena de nubes, un paraguas parece la más elemental de las precauciones. Pudo ser, entonces, un alarde de indiferencia o de temeraria arrogancia lo que nos unió bajo los porches de unos grandes almacenes. Nos miramos sin poder, sin querer evitar la risa, sin esforzarnos en sofocar la carcajada que nos provocó la visión de nuestro propio aspecto de perritos mojados y vagabundos.
(Pero era otra cosa, algo más trascendente, más sutil; era un devorar de ojos, un tratar de disimular la propia turbación, un disfrazar con risas aquello que, indescifrable aún, ya nos estaba incendiando por dentro)

Después, como un violento ataque de vergüenza, sobrevino el silencio. Fue el momento de las miradas esquivas, de los gestos delatores del naciente nerviosismo. Con impotente resignación, observamos la multitud embozada que surcaba con impaciencia las aceras en dirección a sus casas, a
sus trabajos, a sus diversiones. Nuestra espera nos brindó el deleite de la contemplación de esas escenas que suceden todos los días y a las que, por desgracia, somos casi siempre ajenos: La tarde que declinaba, las calles vaciándose, las farolas llenándose de luz y alumbrando la imperturbable cortina de agua que no cesaba, las puertas de los almacenes cerrándose, la noche llegando con todas sus promesas y todas sus decepciones y todas aquellas ventanas iluminadas allá arriba. Y aquí, tan sólo nuestras sombras,
conscientes de la inutilidad de la espera (porque se adivinaba en el cielo cargado de nubarrones la inutilidad de tan larga espera) y a pesar de todo (pero sabíamos el motivo, íntimamente lo sabíamos, como se sabe de repente que alguien, al otro lado del mundo o del tiempo, está llorando)
prolongando nuestra estancia allí, como si algo impalpable y certero nos retuviese bajo la protección de los ensombrecidos porches. En un momento impreciso, nuestras bocas se abrieron simultáneamente sin llegar a emitir sonido alguno, y fue otra vez la risa, el tibio temblor de sentirse,
por un instante, reflejo de otros actos. Después, inesperadamente, nos besamos.
(no la besé, no me besó; fue un acercamiento mutuo, una llamada paralela que juntó nuestras bocas, y nuestros destinos, frente al sonido monótono de la lluvia golpeando inquebrantable el asfalto por el que, a esa hora, no circulaba nadie)
Un beso largo, cálido, desesperado; un hundirnos en mares inesperados y abismos confortables; un despertar, acaso. Sentí, como un desgarramiento, su lengua abandonando mi boca, sus labios separándose de los míos, sus ojos que me miraban con gratitud, con infinito cariño, con incurable tristeza.
Cuando quise hablar, su mano se posó suavemente sobre mi boca. Luego, sólo pude contemplarla mientras se alejaba bajo la lluvia sin un adiós.

En días sucesivos, busqué con ansia su adorada figura entre las multitudes.
Frecuenté monstruosos hipermercados, tranquilos parques, bulliciosos bares nocturnos, calles insoportablemente transitadas y calles vacías. En vano fatigué librerías, hoteles. Sin mayor fortuna, inspeccioné tiendas de paraguas, perfumes o flores. A veces, creí adivinarla al fondo de atestados
corredores o en algún restaurante, tras las vidrieras.
Otras tardes lluviosas, tuve la dicha de compartir con ella improvisados refugios, cálidos besos, interminables silencios de ojos atrapados sin salida. Luego, solíamos caminar bajo la lluvia sin preocuparnos de evitar los gruesos chorros de agua que se precipitaban desde arriba, desde los desagües de los tejados, y se deshacían en violentas embestidas contra el empedrado gris de las aceras. Ibamos dejando atrás las calles sin nadie, las tiendas cerradas, los bares repletos de gentes que
charlaban y reían bulliciosamente prolongando al máximo el retorno, el temido regreso a sus casas, a los cotidianos problemas domésticos, a la incomparable sensación del hogar-dulce-hogar.
La costumbre nos hacía caminar sin rumbo, acaso dando vueltas a una plaza, o deslizándonos por callejas mal iluminadas que desembocaban en avenidas infernales, que cruzábamos con rapidez en busca del sosiego de las otras calles, menos concurridas, más acordes con nuestro propio deambular
enmudecido. No podría decirse quién elegía los itinerarios. Era como si el azar nos guiase a su antojo, para separarnos inequívocamente en una esquina, al borde de un semáforo parpadeante o en la puerta de alguna discoteca de moda.
Fue una de aquellas tardes cuando, no sin asombro, me fue deparado el placer de escuchar la añorada melodía de su voz. Frente a una pequeña puerta acristalada, clavó sus negros ojos en los míos y, con mucha dulzura, con innegable pasión y tal vez algo de miedo, dijo:
- Aquí es donde vivo. Me gustaría que subieras.
(¿Habré de confesar que ese tan deseado sonido consiguió turbarme?
¿Me atreveré a declarar que despertó en mi alma fuegos que jamás ardieron antes de ese instante y esa voz? ¿Diré, finalmente, que un maremoto de música inundó mi mundo, sordo e indiferente hasta entonces?)
Y naturalmente, subí. Me maravilló el alegre apartamento de aquella muchacha frágil que tanto me enternecía, y cuya presencia tanto lograba pacificar mi atormentado espíritu. Incoherente, anacrónicamente, osé pronunciar palabras, intentando elogiar la decoración, mostrar mi fascinación nacida de aquellos colores, de aquellos cuadros, de aquel silencio cargado de melodías anunciadas. Pero fue su mano la que tomó mis manos; fueron sus labios los que apagaron, elocuentes, las vacías frases que
comenzaban a formarse en mi boca herética, y volvieron a sumirme en las profundidades de un cielo húmedo y dulce.
Sin embargo, nuestras ropas y nuestros cuerpos estaban mojados y nos hacían sentir las punzadas del frío.
(frío de soledad, frío de círculo de tiza alrededor, frío de atardeceres sin nadie y sin esperanza de nadie)

Una ducha tibia, relajante; un ponche caliente, unas suaves caricias, un desatar las antiguas ligaduras que nos aprisionaban al suelo cotidiano de quienes vagan sin rumbo por las inclementes calles de la vida, y supe que me quedaría allí, que no regresaría más a la insufrible humedad de mi triste habitación. Todos los fantasmas del pasado, toda la incomprensión, todas las heridas, quedaban definitivamente atrás. Ahora,
Irene me abría las puertas de un nuevo sendero, tan diferente que hasta los más íntimos recuerdos habían de ser desterrados sin posibilidad alguna de regreso.
Asistí, casi con incredulidad, al nacimiento de nuestra propia primavera, hecha de miradas cargadas de promesas, de caricias llenas de ternura, plenas de suavidad y de cariño, de música. Todo era mágico: el delicado gesto de desvestirnos con la timidez del primer encuentro, el arduo descubrimiento de nuestros cuerpos, como un juego, la incomparable languidez del primer beso al abrigo de las sábanas, el pulso acelerándose lenta e inexorablemente, el fuego desatado devorando labios, mejillas, hombros,
incandescentes curvas, maravillosos recodos de carne palpitante, las manos recorriendo con avidez y algo de torpeza incontrolable cada centímetro de piel, convirtiendo en hogueras nocturnas nuestros cuerpos; cuerpos que se buscaban sin descanso entre mares de sudor y ternura, cuerpos que se
estrellaban y rendían, cuerpos que se arracimaban sobre el blanco cuadrilátero sin conceder la mínima tregua, cuerpos sedientos y entregados cuya sed no pudo ser saciada.
(Y entonces lo supe; lo supe en la incomparable perfección de sus besos, en el cálido contacto de sus labios, en el dulcísimo aroma de su cuerpo tibio y frágil, en el sabor excitante de su piel enardecida, en la cadencia melancólica de la música que llenaba el ámbito de la acogedora habitación; lo supe en el empapelado azul de las paredes, en el pausado repiqueteo de la lluvia sobre el alféizar de la ventana, en el llanto desconsolado que resonaba blandamente en el piso superior. Con infinito pesar, lo supe, y ella también debió intuirlo porque, de repente, nos miramos y en nuestros ojos brillaban lágrimas gemelas, irreales afluentes de un amor condenado por los dioses. Entonces nos abrazamos con fuerza. Un llanto violento, convulsivo, azotó nuestros cuerpos hasta que el cansancio se nos apoderó de la consciencia y nos condujo hacia las vastas regiones del sueño, dejándonos en la más completa indefensión frente al alba futura)
Después, los días se precipitaron en veloz carrusel. Cada instante compartido lograba unirnos un poco más, al tiempo que nos iba separando del resto del mundo. Cada noche, nuestros cuerpos se buscaban con frenesí sin conseguir hallarse, como si perteneciésemos a dimensiones diferentes, como
si estuviésemos tratando de amarnos a través de un cristal odioso e indestructible, lo mismo que si una invisible barrera alejase brusca e irremediablemente nuestros cuerpos ávidos de pasión, hambrientos de placer, deseosos de dar y de recibir ese amor que crecía desproporcionado en nuestro interior y que, a pesar de todo, no llegaba nunca a consumarse de forma definitiva.
Pero todos estos desencuentros, en contra de lo esperado, nos acercaban más y más, nos forjaban diferentes a esas otras personas que pueden sonreír con satisfacción tras el vertiginoso instante del orgasmo que les arrebata, nos otorgaban un doloroso e indeseado privilegio que lograba unirnos de una forma brutal que descartaba de antemano la idea de una separación que, acaso, hubiese resultado aún más insoportable.
(Pero todas aquellas flamígeras miradas de amor
todas las palabras susurradas
todas las caricias recibidas
las descontroladas lenguas deslizándose por la tibieza de las pieles y
entrelazándose, repentinamente vivas, en nuestras bocas lujuriosas
la temerosa ejecución de otros juegos eróticos de innecesaria
enumeración y doloroso recuerdo
las otras palabras, atroces e inútiles...)
NADA.
Lo mismo que el saldo definitivo de una caja registradora estropeada. Pero nos retenía la esclavitud a ese amor que se nos escapaba por los ojos y en cada gesto de nuestras manos, que se desbordaba en nuestra sangre (que alguna vez vergonzosamente derramamos) y que nunca acababa de definirse, de
concretarse en algo real, en algo que pudiésemos llamar nuestro, en algo que poder recordar años después, cuando sólo la soledad y el tedio viniesen a ocupar los infinitos atardeceres de encierro en habitaciones frías, silenciosas, insoportablemente luminosas y sin nadie.
(Curioso que fuese a llamarse Irene. Y qué bonito nombre, pero ¡qué cruel! Porque Ire y después ne. IRE, como un ofrecimiento, como una caída voluntaria y vertiginosa en el tan deseado torbellino de pasión, en el mágico caleidoscopio de manos, labios y sonrisas uniéndose en extrañas figuras y desatándose contra la tristeza de los atardeceres otoñales...
Y después NE, como una negación, como una falaz contradicción, un inexplicable rechazo que consiguió herirnos con una intensidad jamás presentida. Curioso también que yo (¡a pesar de todo!) nunca me hubiese parado a pensarlo, a examinarlo en esta forma dolorosa, acorde, en cierto modo, con la realidad, con nuestra propia y cruda realidad de amantes sin esperanza y sin posible consuelo)
Una noche lluviosa, abominable, nos separamos para siempre.
Tal vez fue la vida (porque encontramos en otros lugares, con otras gentes, aquello que no habíamos podido hallar en nuestro desmesurado y fallido amour fou) quien nos arrancó (como se arrancan los pétalos de las flores, como se podan los árboles, como se mata) de los únicos brazos
capaces de proporcionarnos un pequeño destello de felicidad, esos mismos brazos en los que no nos fue permitido encontrar el placer. Sí, fue la vida quien nos empujó por caminos distintos e irreconciliables; por caminos que se fueron distanciando más y más a medida que en nuestros corazones crecía
intolerable la nostalgia, y también la certeza implacable de que nada merecería la pena en medio de esa soledad multiplicada de las multitudes refugiadas en el ruido.
Hoy sé que acaso fue posible otro desenlace, pero entonces éramos demasiado jóvenes, demasiado impacientes. Ahora que el tiempo ha pasado y la insatisfacción se ha asentado definitivamente en mi carne, tan sólo me resta la vaga esperanza de que alguna tarde lluviosa, una de esas tardes lluviosas
que aprovecho para salir a pasear sin paraguas por las calles de la ciudad, ella se pare frente a mí y me estreche entre sus brazos empapados, me bese con sus labios húmedos y me conduzca de nuevo a su casa (si es que aún existe, si alguna vez existió) donde ambas nos debatiremos una vez más bajo la blancura imperfecta de las sábanas, en busca de ese momento increíble que sabemos no ha de llegar, y nos fundiremos en un solidario abrazo de impotencia, de saladas y ardientes lágrimas, de amargo sabor a derrota prevista de antemano, hasta que el sueño venga de nuevo a liberarnos, a traernos de vuelta de ese mundo pretendidamente real en el que cada una de nosotras es un reflejo difuminado de la otra (hasta en el nombre, ¡cruel coincidencia! hasta en el nombre) y en el que no podemos, en el que nunca
podríamos ser plenamente felices.
Tan sólo la esperanza, las preguntas sin respuesta, el obstinado recuerdo del único amor; y acaso una sorda rabia que ya casi ni siento, un despiadado rencor hacia los dioses de la lluvia inconsistente, que me condujeron hasta Irene para arrebatármela luego como un siniestro juego, como una burla sádica. Pero ya está anocheciendo y mi marido no tardará en llegar. Como cada tarde, debo secar estas lágrimas, estas saladas lágrimas que cualquier día van a ahogarme, y preparar la cena; una sopa caliente, unas tortillas, un soportar abrazos, caricias y besos no deseados, una fatigada entrega, el sueño llegando poco a poco...






Silvio Ambrogi: "la poesía y el significado"*



*Por Julio Pino Miyar. isla_59_1999@yahoo.com
27/6/009
http://juliopinomiyar.blogspot.com



Enviado por correo postal desde algún lugar de los Estados Unidos, tengo sobre mi escritorio un modesto volumen del poeta nicaragüense Silvio Ambrogi, el cual constituye el breve opúsculo de su poesía: La saga del jazmín.
Hay algo en los títulos, con los que Ambrogi adorna sus creaciones, que termina sorprendiéndome, sutil e imperativamente, por ser como inusuales catálogos de lúdica, variada y prolífica invención. Títulos como Thánatos alucinada, El laberinto de la raíz, y, El arquero invisible. acompañan al poeta en su particular existencia, configurando capítulos de ensoñada verbofanía. Es decir, como ese impreciso lugar donde la palabra busca descender de su recinto amurallado -la fortaleza hierática del signo- para seducir a los comensales reunidos gracias a los mundanos placeres de la música y la forma.
Al afirmar lo anterior, ¿estoy definiendo esta poesía como algo estrictamente formal? ¿Qué es forma en realidad? Si nos atenemos a Aristóteles, es aquello que hace que las cosas sean y por eso es la
condición más esencial de la naturaleza. ¿Habitan esencias en Silvio Ambrogi?
Respondería a esa pregunta dando un largo rodeo: una de las últimas veces que he visto al poeta se encontraba seducido por lo que él llamaba el mundo mítico de Urantia -una curiosa noción extraída de la literatura esotérica, la astrología e incluso los naipes del tarot. Urantia es una saga sideral, relativa a la metempsicosis, donde a las almas predestinadas les son revelados, por vía ascensional, los más íntimos secretos del universo. En ese viaje cósmico el alma escogida realiza la decantación suprema del sentido y el significado de su verdad. O sea, al alma le es dado aprehender una esencia que, incorporándose a su propio destino, se traduce bajo la noción de forma, porque forma es aquello "que hace que una cosa sea lo que es".
Para el pensador medieval no sólo el alma era perceptible, al ser captada a la luz de las ideas, sino porque aparecía ante nuestra inteligencia como el fruto formal más preciado de la intuición sensible. Esa intuición es la precondición indispensable para la existencia de la realidad, según lo entiende el alma del artista que es el reflejo individual de la verdad y el significado del mundo.
Sin embargo, uno de los más graves problemas que presenta el pensamiento contemporáneo, es el de no comprender a cabalidad las relaciones intrínsecas existentes entre la percepción sensible y la apercepción intelectual; relaciones que se unifican bajo la forma pura de una intuición que concibe la unidad formal de la idea y el mundo. La poesía habla así desde el corazón de la intuición y en su expresión se revela el sentido que entrega configuración al mundo. Porque sólo a la poesía le es dado acercarse a los misterios que rondan desde adentro a la creación, modernamente doblada -torcida- entre el sentido y su expresión; la realidad y su concepto; aquello que decimos y cómo lo decimos. De este modo la noción de forma, en cuanto tal, ha resultado desvinculada de significado. Y, ateniéndonos a estos presupuestos abstractos, originalmente estrechamente entrelazados, pudiera decirse que Ambrogi es esencialmente un poeta de la expresión, no del significado. Sin embargo, nos dice el poeta envuelto en
las sutilezas de la significación:
"(.) un eclipsado lamento va pasándonos
tras el croar de ranas diminutas
no convidadas al festivo vergel, que abre sus pasos
de brevedad entretejida de múltiples seres
que van poblando los ramajes entremecidos".
¿Cuál es aquí el significado? O, ¿cómo aislar aquí el significado de la expresión? ¿Son las ranas -"como brevedad entretejida de múltiples seres"- las que pueblan los ramajes? ¿Son ellas las que croan al modo de un "eclipsado lamento"? ¿Cuál es la causa de ese lamento? ¿No haber sido convidadas al "festivo vergel"? ¿Se remonta quizás, ese vergel, a la memoria de la especie degradada que busca remontar su experiencia hacia un tiempo perdido y fabuloso que ahora anuncia su nostalgia -su reprimida vocación de naturaleza- en el canto vocinglero de las ranas sobre el ramaje entremecido?
¿No es acaso la naturaleza misma la que canta y al poeta revela, como secreta intuición, el inquieto periplo por el que debe transitar con paciencia, aprehendiendo aquello que, desde milenios, su alma sabía?
No obstante, no parece ser el canto nostálgico a la naturaleza perdida -virginal e intacta y dispuesta según la ley semítica- lo que alienta el contenido de estos poemas. Por el contrario, creo ver en el poeta
una obscura intención de abrir las puertas del paraíso a todo cuanto originalmente fuera degradado, -¿el vergel original debería así flanquear sus murallas a los catálogos más vastos del deseo? O, ¿lo que nos propone Ambrogi, a la manera de los poetas místicos, es hacer retornar el mundo a su añorado vergel? O a la inversa, ¿subvertir el mundo gracias a los placeres sin límites que se esconden en su vergel íntimo? O sea, ¿se dispone esta poesía a anunciar el fin de la prohibición mosaica en aras del gozoso disfrute? Lo que sí parece ser cierto, es que las palabras, con que el poeta nicaragüense construye sus poemas, simbolizan, en sus particulares sonoridades y caprichosas morfologías, los frutos más exquisitos para ser probados, u ofrecidos por él, bajo las frondas hechizadas de un paraíso
recién descubierto.
Nos dice nuevamente el poeta:
"(.) se agita tu cabellera coronada de insectos
a la noche aquella: sin astros, preñadas de lluvias heladas,
arrastra tu cuerpo por las verdes ramas del rosal maduro
tu sangre pujante se confunde con las rosas rojas
que bordan tu piel de durazno reseco".
¿Qué es lo que Ambrogi desea para su amante? -porque estamos (es necesario prevenir al lector) frente a un canto homosexual: una "cabellera coronada de insectos", una "lluvia helada" que le arrastre sobre las ramas del "rosal maduro" y donde su sangre se confunda con "las rosas rojas" y su piel sea como la del "durazno reseco". ¿Es éste el jardín verborante donde se escenifica el triunfo de la naturaleza pletórica? ¿La revancha del tiempo sobre la eternidad? ¿de la naturaleza sobre la idea? y, ¿de la sexualidad sobre las obscuras tablas del Decálogo?
Según el poeta cubano José Lezama Lima, un santo tuvo en una ocasión una visión del infierno, pero lo encontró vacío. ¿Es posible un universo sin culpa, sin prohibiciones donde, por tanto, las transgresiones carezcan de significado? Sin embargo, en el universo poemático de Ambrogi, la prohibición es necesaria porque sin ella no podría tener sentido ni lugar la transgresión; el mefítico goce de la insurrección. Para Ambrogi, como para Lezama, la concupiscencia, para ser perfecta, debe construirse con la sustancia misma de la prohibición.
El poeta nos pinta un paisaje, a ratos bucólico, donde el árbol, la fruta, la hierba, la lluvia, los insectos. participan al unísono de una cósmica rebelión, pues han sido implicados como parte del catálogo natural de su prohibido deseo. ¿Habita un contenido irracional en los textos de Ambrogi?
El vergel del poeta no es el jardín volteriano -dieciochesco- donde la razón se encontraba jerarquizada y se agotaba en constantes figuraciones geométricas, es, por el contrario, la representación festiva -el vergel barroco, copioso, exuberante- de la fábula invertida de la Creación. Lo que nos fue prohibido en ese jardín fue el placer, y, es eso lo que el alma no quiere perdonarle a Dios. Regresar al jardín de los ejercicios prohibidos promete el retorno tenaz de la subversión. Los insectos que pueblan la cabellera de su amado hablan con elocuencia de la enorme fuerza lúdica de ese deseo, aunque inscrito dentro de los límites que fija el placer que es a la vez, el límite natural de cuánto y por qué se desea: habitar por siempre el insólito jardín, el selecto paraninfo de la prohibición.
Pero, acerquémonos un poco más al texto, La saga del jazmín provocativamente ilustrado por Omar d' León: un dibujo realizado a plumilla prefigura los poemas, el cual, en el borde inferior, posee la siguiente leyenda: "El poeta Silvio Ambrogi recibe de su Ángel la revelación Lírica, al fondo Cronos guía al poeta desnudo hacia la Posteridad".
La herencia grecolatina ronda la poesía de Jinotepe, pequeño pueblo nicaragüense cargado de tradiciones y situado en la fresca meseta de Carazo, del cual nuestro poeta es oriundo. En esta apacible y humilde región de Mesoamérica el legado clásico se contextualiza entre una noción arielina -docta, hipercivilizada- de cultura y otra calibanesca -autóctona, popular. Ambrogi es un poeta arielino que aboga por una Nicaragua ilustrada, la cual posee una específica historicidad que no sólo vibra en el verso plateresco de Rubén Darío, en la vocación civil de Salomón de la Selva y en las postulaciones metafísicas de Alfonso Cortes, sino además, en las magníficas confluencias con la gran poesía occidental y la mejor tradición de la poesía continental: Lezama Lima, Isidoro Ducasse. "tú, pequeño
Isidoro, regresas a solas con tu capa roja." Le saluda el poeta en un tuteo que se vuelve esencial.
Ambrogi es un poeta en el que se perciben claras resonancias grecolatinas; no quisiera negarle al lector el disfrute de estos breves versos virgilianos:
"(.) leve pecho de Artemisa: platina platos
pétalos puñales
plañe la sombra
hasta el octavo día de los cumplimientos."
¿Por qué plañe la sombra? ¿Acaso tiembla el leve pecho de Artemisa? ¿Se cumplirá el destino del poeta, y la poesía, hacia el octavo día? La poesía de Ambrogi es un texto en busca de su mejor significado y un largo viaje hacia esa región de la intimidad donde eros -al decir de Darío- es la religión definitiva. Entre tanto, la idea de la posteridad, si es que ésta realmente existe, tiene que ver mucho más con la noción infranqueable de la eternidad que con un veredicto puramente humano.
Pero, ¿cuál es la órbita histórica - cultural de Ambrogi? ¿Su poética nace de una visión eminentemente pagana del mundo? O, ¿acaso como esos poetas latinoamericanos que han ido a beber de las fuentes primordiales del saber, ha llegado a la intuida certeza de que el gran péndulo de la civilización
occidental -que oscila entre lo pagano y lo cristiano- se unifica hacia un centro de mayores esperanzas, y que el mismo proceso histórico que separa a Atenas -la civilización helénica- de Roma -católica e imperial- es el que las une?
¿Qué es, entonces, lo que le pide el poeta al mundo como una manera de resarcirse del enorme pasado cultural que sobre él pesa? Le pide que sea verdadero; es decir, que posea una forma y que esa forma sea hija de una expresión que albergue un significado. La poesía, la forma y el significado componen así el credo del artista, su trinidad devocional. La verdad del poeta descansa, por tanto, en la intuición en el secreto orden del mundo, en su significado y en su mejor expresión.
Veamos lo que, sin dejar de ser un texto erótico, se convierte para Ambrogi en un llamado a la complicidad cultural, al amor fiel que nace de su fijeza:
"No morderá la dura frialdad de la distancia
el visitado rumor de tu imagen
dulce tenacidad en la memoria
que ha guardado tu sonrisa (.)"
Hay algo que siempre nos une en la tela más invisible. ¿Qué es en realidad esa imagen que nos visita como un rumor, aunque invocada por la "dulce tenacidad" de la memoria? ¿El pasado rehecho por las manos de la poesía? ¿La memoria de Grecia transfigurada en su imagen?:
"Si el cántaro está roto, se ha derramado el canto.
Ceremonias de lunas en las bordadas nubes
rebasan los senderos del santuario de mármol (.)"
Grecia, tal como lo expresa Ambrogi, es un cántaro roto que ha derramado su canto en vías de encontrar en el tiempo otra forma posible, mensurable. La Modernidad representa un período de la humanidad que agoniza por su propia configuración histórica y en el que la noción del significado no debería de ser, en modo alguno, ajena a esa forma oportuna que la propia época quisiera deducir de sí. Nuestra Modernidad se debate así entre una expresión que no acaba de constituir la plenitud de su forma y un significado que parece volverse ajeno a su propia expresión. De ahí la enorme importancia del papel que pudieran desempeñar los poetas, quienes, mediante la intuición sensible, llegaran a avizorar, en el horizonte universal de la cultura, otra forma posible, deseable, y que vendría a contener el canto -una vez roto el cántaro milenario- en el que habita no sólo el alma extraviada de Grecia, sino aquellos antiguos significados que hablan de nuestras libertades y que, concebidos a partir de una poética del mundo, nos trasladasen al ágora pública; a los menesteres cívicos - ciudadanos.
Como formulación de inevitable optimismo el poeta, y la poesía, en tiempos de la Modernidad parecen destinados a asistir a una progresiva helenización de la vida y la cultura. El artista se encuentra llamado a convertirse en copartícipe y gestor de un nuevo espacio civil en el que la socialización del poder y la economía implique además, la socialización del arte; o sea, la reinscripción del artista, como sujeto autónomo y actuante, en el entramado social que en un momento determinado de la historia le diera nacimiento. La redefinición sociocultural de la sexualidad se encuentra, de este modo, inserta en uno de los núcleos neurálgicos de la Modernidad política, en su inevitable proyecto democrático, el cual sólo sería posible sobre la base de la restauración en el individuo de la soberanía de su conciencia y de un pacto social que le garantice con plenitud la capacidad de elegir.
Silvio Ambrogi nos ha dejado en La saga del jazmín esclarecido testimonio de su sexualidad homoerotica. El develamiento explícito de su intimidad se traduce así en circunstancia civil. Una sexualidad la cual, mediante su propia enunciación, pugna no sólo por ampliar los marcos jurídicos de su aceptación social, puesto que es la propia intimidad la que exige su reconocimiento; la otredad esencial en que esa sexualidad se manifiesta; el lado soterrado, indiviso, -su sentido y racionalidad- que compone su
subjetividad y la dimensión moral en que esa develación se produce.
La sexualidad en sus formas más variadas, como toda actividad eminentemente humana, debería fundamentarse en una nueva escala de valores que condicione, no sólo la conducta de los individuos, sino, además, la forma en que esa sexualidad se manifiesta en la intimidad del pensamiento. Cuando en
ocasiones nos entregamos a contemplar el tumultuoso y entrelazado devenir de la historia y la cultura, podemos pensar en cosas tan dispares, o ajenas, como el asesinato de un poeta, o en la curiosa elección que hiciera Zeus, metamorfoseado en un águila, del joven Ganimedes, leyenda que devino en uno de los más controvertidos paradigmas del amor griego. Muchos años después del asesinato de Federico García Lorca uno de sus asesinos puso de manifiesto uno de los motivos contextuales del crimen: humillar su
sexualidad y socavar, con eso, la dignidad de su poesía. Tenemos también la opción de releer en silencio a Herman Hesse y recordar lo que él escribiera de los poetas, que ellos eran portadores "del más lejano y legítimo anhelo del hombre": un mundo y una sensibilidad correctamente humanizados.






deber cívico*



hoy voté.
entré al aula oscura
y me vi sentado frente a la maestra.
el manual Estrada
los lápices de colores, la goma dos banderas,
nos contaba de las invasiones inglesas
del pueblo defendiéndose con aceite hirviendo.
después me fui a casa
herví el aceite
y me hice unas buenas papas fritas.-



*de aldo luis novelli aldonovelli@yahoo.com

Un furibundo abrazo patagónico.-
/desde los bordes de la matria.
http://www.agonistas-del-fin-del-mundo.blogspot.com








Salida del Inventren...


Invito a los amigos y lectores a enviar poemas, colaboraciones, mensajes de saludo - aliento para la salida del Tren literario prevista para el 1 de julio (32 años después del último tren) desde la estación Carhue.


Inventren 2009, el recorrido:


CARHUÉ.

J. V. CILLEY.

ROLITO.

SATURNO.

SAN FERMÍN.

CASBAS.

EDUARDO CASEY.

ANDANT.

CORONEL M. FREYRE.

ENRIQUE LAVALLE.

CORACEROS.

HENDERSON.

MARÍA LUCILA.

HERRERA VEGA.

HORTENSIA.

ORDOQUI.

CORBETT.

SANTOS UNZUÉ.

MOREA.

ORTIZ DE ROSAS.

ARAUJO.

BAUDRIX.

EMITA.

INDACOCHEA.

LA RICA.

SAN SEBASTIÁN.

J.J. ALMEYRA.

INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.

PARADA KM 79.

ENRIQUE FYNN.

PLOMER.

KM. 55.

ELÍAS ROMERO.

KM. 38.

MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.

LIBERTAD.

MERLO GÓMEZ.

RAFAEL CASTILLO.

ISIDRO CASANOVA.

JUSTO VILLEGAS.

JOSÉ INGENIEROS.

MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.

ALDO BONZI.

KM 12.

LA SALADA.

INGENIERO BUDGE.

VILLA FIORITO.

VILLA CARAZA.

VILLA DIAMANTE.

PUENTE ALSINA.

INTERCAMBIO MIDLAND.



*

Queridas amigas, apreciados amigos:


Este domingo 28 de junio de 2009 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor argentino Gabriel Senanes. Las poesías que leeremos pertenecen a Marga López Díaz (Colombia) y la música de fondo será de Surazo (Andes).
¡Les deseamos una feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!! (Recomendamos usar
http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).



REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!

Freundliche Grüße / Cordial saludo!


YAGE, Verein für lat. Kunst,Wissenschaft und Kultur
www.euroyage.org
Schießstatt Str. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067





*


Exposición de
Walkala
(Luis Alfredo Duarte-Herrera)
en Oberndorf bei Salzburg

"Walkala, la fuerza de la imagen"

Invitación a la inauguración
El lunes 22 de Junio 2009, 19:30 horas

Lugar:
Librería "Buchgarten"
Römerweg 3
A-5110 Oberndorf bei Salzburg
Tel: +43 (0)6272 20632

Más informaciones en:
www.walkala.eu
www.galeria.walkala.eu

Duración de la exposición:
22 de Junio a 28 de agosto 2009
(Del 3 al 17 de agosto estará cerrada la librería por vacaciones)

Horarios:
Lu. - Vi. 8:00 a 12:00 y 14:00 a 18:00 horas
Sábados: 10:00 a 14:00 horas


Cordial invitación de:

YAGE, Verein für lat. Kunst,Wissenschaft und Kultur
www.euroyage.org
Schießstatt Str. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067




*


INVITACIÓN


El día 2 de Julio 2009, a las 18:30 horas, se realizará el concierto de premiación del 3. Concurso de Composición XICöATL „Ziehender Stern“, para piano.

Lugar: Museo Barroco
(Mirabellgarten, Salzburgo)

(Serán interpretadas las obras ganadoras y también las que merecieron una Mención de Honor.)

Obras:

„Muwieri“, para piano, de Laura Puras Braceras (España),

„Erosiones“, para piano y electrónica, de Jorge Sad (Argentina),

„Paisaje aéreo“, para piano y trío de cuerdas, de Víctor Ibarra Cárdenas (México),

„Fragmento para dominar el silencio“, para piano y trío de cuerdas, de Juan Pablo Carreño (Colombia),

„Una Visita nocturna a través de Ciudad de México: o cómo asustarse a morir“, para piano, de Andrew Glover (Inglaterra),

„Tumbao“, para piano y electrónica, de Miguel Farías Vásquez (Chile).

Más informaciones en: http://www.euroyage.org/es/xicoatl-87


Cordial invitación de:

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viernes, junio 26, 2009

ERA DEMASIADO YO PARA MÍ SOLO...


-ILUSTRACIÓN DE RAY RESPALL ROJAS.



Para mí*


(a Ángela Da Silva)



Entré con dientes pero no con todo
me quedé afuera un poco
Yo nunca fui a la escuela
yo
realmente
Nunca vendí diarios
Cuando yo medio no existía
yo era demasiado yo
para mí solo.




*de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar






ERA DEMASIADO YO PARA MÍ SOLO...









POR LAS VÍAS DEL DOCK SUD*

-Del Inventren 2004-


-A Martín Rébora



La madrugada, fría y ventosa, se hacía sentir inexpugnable dentro de los sucios talleres ferroviarios. Marcos Reed, camarógrafo free-lance, sabía que aquella misteriosa incursión que planeara este singular productor televisivo, quien ya le consiguiera varias "changuitas", sería algo inusual (filmar las villas miseria cercanas al Dock Sud, ¿a quién se le pudo haber ocurrido?). Pero nada le hacía prever lo que se avecinaba, más allá de la vetusta locomotora diesel, con un potente faro que horadaba la noche.
El productor se llamaba Luis Quintana, sus amigos le decían "Droopy" (aquel personaje animado que solían proyectar junto con Tom & Jerry), porque siempre aparecía en todos lados, y era un loco de la guerra. Mucho más que Marcos, lo cual ya era mucho decir. Había conseguido recién un par de días antes -y vaya a saber dónde- el contacto para realizar aquella travesía, únicamente de noche, a fin de realizar las tomas iniciales para una serie de documentales referidos a la marginalidad urbana. El asunto olía un tanto turbio, ya que tampoco quedaba claro a nombre de quién operaba tal ramal, escondido y casi clandestino; pero Marcos no se acobardó por eso. Muy por el contrario, el detalle le daba la incursión un sabor muy excitante.
Gastón Robles era el nombre del maquinista, quien puso un par de ineludibles condiciones al momento de partir: que jamás lo enfocaran con la cámara, y que su identidad nunca fuese revelada. "Me juego el laburo, ¿viste?", fue su único y monolítico argumento.
Eran pasadas las dos cuando la locomotora se puso en marcha, rumbo a las antiguas refinerías del Dock, rechinando aguda sobre los rieles, cuyo mantenimiento se adivinaba casi nulo. Remolcaba tres vagones, uno cargado y dos vacíos. Marcos y Droopy no quisieron preguntar nada al respecto. Pero al acercarse a los cambios de vías cercanos al Riachuelo, Robles les pidió que se agacharan dentro de la cabina de la locomotora, no fuera cosa que alguien los viera. "¿Quién, a esta hora y con tan poca luz, en este lugar de mierda?", pensó Marcos, pero no emitió opinión.
En la semipenumbra, Quintana y Reed alcanzaron a divisar los irregulares emplazamientos del caserío, levantado a la vera misma de la vía, con apenas unos centímetros de distancia entre las precarias paredes de cartón y chapa y el paso de la locomotora, que aunque disminuyese la velocidad, atravesaba aquel corredor conteniendo el aliento.
-¿Cómo pueden vivir así? -, llegó a decir Droopy, incapaz de comprender dónde se encontraban.
-¿Cómo quiere que vivan? -, respondió Robles, como si la respuesta fuese obvia. -Han ido llegando en oleadas, sin preocuparse por si había lugar para ellos acá o no. Y fueron levantando estas casuchas donde pudieron. Mire, a veces las ponen tan cerca de la vía, que cuando vuelvo cargado, y los vagones se bambolean, más de una vez me llevé puesta una pared y arrastré todo lo que venía atrás.

-¿Gente también? -, exclamó Marcos, ahogado por la impresión.

-No. Cuando arrastro casillas no. Pero también me ha pasado que de pronto se abra una puerta que da a la vía, y aparezca delante de mí alguna persona. Imaginesé: un viejo, un anciano, que ya no puede orientarse ni siquiera dentro de su propia casa, se levanta de noche, necesita ir al baño, tantea a oscuras las paredes, llega hasta la puerta, abre. Pero resulta que se equivocó. Que la puerta que daba a la letrina común era la otra. Y sale a la vía, a ese pasillito que se forma ahí al costado, en el momento justo en que paso yo. Entonces las luces lo encandilan, y la sorpresa es tan grande que no puede reaccionar, ni amaga a tirarse dentro de la casilla. Y "me lo llevo puesto".
-No me joda. -, sonrió Marcos, sin poder creer lo que le cuentan.
-Es la pura verdad -, afirmó Robles, mirándolo de costado, un tanto ofendido. -Si quiere le cuento pelotudeces que se cuentan por acá para que pongan en el programa, pero me parece más justo que les diga lo que vivo cada vez que vengo, ¿no?
-Seguro, amigazo, seguro -, terció Droopy, palmeándole el hombro a Marcos para que se calle y escuche, sin arruinarle semejante fuente de información.
La visión del pasillo a través del parabrisas de la locomotora, encajonando la vía, parecía de película; de terror, por supuesto. La sola posibilidad de que se abriese alguna puerta y alguien apareciera delante de ellos de improviso, a Marcos lo llenaba de espanto. Supuso que podría sentir algo de adrenalina al estar inmerso dentro de algo "clandestino", pero esto superaba cualquier clase de expectativa.
De pronto, le pareció que aquel tren nocturno aparecía en medio de la noche como una irrupción infernal, casi de otro mundo, que quizá sirviera como "cuento del Cuco" para asustar a los críos que vivían en aquel lugar y mandarlos a la cama, impregnados por el temor de levantarse en medio de la noche. La idea le hizo sentir escalofríos, pero no por eso dejó de filmar algunas escenas de aquella vía encajonada, quizá para ilustrar los títulos del documental.
Una vez que traspusieron aquel villorrio, continuaron la marcha hacia el Dock. Los contraluces de la madrugada resultaban siniestros. Y el viento, cada vez más helado, no ayudaba a que pudiesen sentirse a resguardo del paisaje. El silencio se abatió sobre ellos sin piedad, apenas fragmentado por los sorbidos sobre la bombilla del mate, que circulaba de mano en mano; amargo, por supuesto, y cebado con inusual destreza por Robles, mientras continuaba operando la palanca del acelerador de la locomotora.
Finalmente, luego de atravesar un ralo descampado, y oliendo el característico aroma putrefacto del Riachuelo, ingresaron en un ámbito mucho más pesadillesco que el anterior. Las construcciones ya no eran desiguales, sino que parecían armadas por opacos bloques de material, aunque éstos no parecieran ser muy sólidos. Apenas se recortaba alguna torre, último vestigio de las refinerías que solía haber desperdigadas por la zona, antiguo reducto industrial. Las borrosas siluetas estremecían gradualmente a Marcos -imposibilitado de filmar a causa de la escasa luz reinante-, aunque ninguno de los dos se animase a decir nada.
-¿Dónde estamos? -, consiguió decir Droopy, venciendo sus recientes temores.
-Supongo que para los planos de la Municipalidad esta zona ni siquiera está urbanizada -, comentó Robles. -Los vecinos la llaman "Villa Batería", porque la construyeron como todas, con materiales en desuso. Y como acá hubo una fábrica de baterías eléctricas, los bloques de las casillas son baterías en desuso.
Marcos y Droopy se miraron con espanto.
-¿Y la contaminación? -, preguntaron al unísono.
-¿Qué contaminación? -, repreguntó el maquinista. -Los que viven en este lugar ni siquiera saben que esa palabra existe.
"¿Sabrán que ellos mismos existen?", se estremeció Marcos. Y la sola idea de imaginar la clase de gente que pudiese vivir en un lugar así, expuesta a los venenos y las radiaciones, desarrollando quizá hasta mutaciones inconcebibles, le generó náuseas. "¿Se sentirán desahuciados, o tampoco sabrán lo que ese concepto signifique?".
El panorama resultaba casi dantesco, aunque quizá se mostrase potenciado por la desbordante imaginación de aquellos dos hombres, temerosos de ver aparecer entre los montones apilados de baterías corroídas cualquier silueta que pareciese deformada, hasta incluso teñida de verde y con algún ojo de más.
Robles avanzó un centenar de metros más y detuvo la formación, haciendo chirriar los frenos. Delante de ellos se extendían las oscuras y aceitosas aguas del Riachuelo, abundantes en petróleo, carentes de vida alguna. Se hallaban cercanos a la desembocadura en el Río de la Plata; aquella zona era custodiada por la Prefectura Naval. Aquel era el destino final de Robles.
-Pueden bajar y trabajar tranquilos -, les informó. -Yo tengo que esperar a que dentro de un rato arribe un cargamento, hacemos el intercambio de mercadería, y nos volvemos por donde vinimos.
-¿Cómo lo traen? -, preguntó Marcos, aunque al terminar la frase sabía que había preguntado una obviedad.
-En barco -, masculló el maquinista, mirándolo de costado, casi apenado ante su ignorancia.

Indagar acerca de la legalidad de aquel cargamento resultaba casi una broma de mal gusto. Droopy le hizo una seña, y ambos descendieron de la cabina, transportando el equipo portátil de filmación, mientras Robles encendía un Particulares.
-Estamos en pedo si pensamos hacer alguna toma en este lugar -, le advirtió. -Y más en pedo estamos por haber venido sin chequear en detalle las características del lugar.

-Ese es tu trabajo -, se atajó Marcos.

-Ya lo sé, pero el Gordo me tenía repodrido con que tenía que traerle algo pronto para elaborar el programa piloto. Ni se me ocurrió que nos íbamos a encontrar con esto.
-¿Y por qué no se lo vendemos a alguno de estos tipos que hacen periodismo de investigación?
-Porque necesitamos algo más que esto para hacer una denuncia, boludo. Y porque con esa VHS no vamos muy lejos con el anonimato.
Marcos miró la cámara que transportaba en la diestra y volvió a preguntarse qué clase de tomas podrían hacer con esa luz, sin quitarle "naturalidad" al paisaje cuando proyectaran los flashes de los focos que cargaba en la mochila. "¿Qué estarán contrabandeando?", se preguntó. Aunque la respuesta tenía el mismo grado de certeza que preguntarse acerca del origen y el destino final del alma humana: cualquier opinión era válida.
Hicieron un breve rodeo, sin alejarse demasiado de la locomotora. El lugar les generaba bastante aprensión, casi como si hubiesen penetrado en una casa abandonada, famosa en el discurso de los vecinos por encontrarse embrujada. Utilizaron la escasa luz de un foco de alumbrado para filmar apenas un rincón de esa lúgubre villa, sintiéndose vigilados por ocultos e insomnes ojos. Sabían que cualquier material que llevasen sería descartado de plano en la "isla de edición", pero preferían mantenerse ocupados antes que reconocerse transitando por aquel lugar. Y menos aún pensar que los acechaban los cuatreros.
La barcaza arribó a la media hora, piloteada por un marinero hosco y extranjero. Descendieron cuatro hombres, gruesos e inexpresivos, que los miraron con recelo. Marcos apagó la cámara de inmediato, intimidado por aquellas miradas. Pasaron junto a ellos y abrieron las puertas del único vagón cargado. Las cajas en su interior carecían de sellados o carteles, al igual que las que comenzaron a bajar de la barcaza. Robles se sumó a la tarea; quizá también recibiese un porcentaje, aventuró Marcos.

Y de pronto, la idea lo asaltó con tal claridad que le resultó la mayor obviedad que pudiese habérsele ocurrido en toda la noche. Sólo faltaba que los misteriosos habitantes de aquel lugar les armaran un piquete con las ruinas de antiguos chasis de automóviles sobre los rieles, para que la escena completa fuese el fiel reflejo de la cruel pauperización a la que los sucesivos gobiernos habían llevado al país. Un sistema carcomido por la corrupción, una población indigente y al borde de la muerte, un horizonte oscuro y sin atisbo alguno de futuro. La sensación de náuseas regresó casi con mayor énfasis.

Entonces volvió a encender la cámara, sin que nadie lo notase -ni siquiera Droopy, absorto en el monótono ir y venir de los changarines-, y filmó como al descuido, sin llevarse la cámara al hombro, apenas enfocando desde la cadera, ignorando a ciencia cierta si alguna imagen podría llegar a tomar la película, pero con el corazón desbordante de indignación. Deseoso de testimoniar algo, aunque supiera que no sirviese para nada, salvo para llegar a dormir tranquilo el resto de las noches por venir.



*De Aldima. licaldima@yahoo.com.ar










Noticias*






de Rolando Revagliatti









La obra poética de Rolando Revagliatti (Buenos Aires, 1945), por lo menos la que nos motiva a este trabajo, se vivenció y escribió en el lapso que va desde la aprobación de las leyes de obediencia debida y punto final (mes más o mes menos) hasta su anulación por brutales e increíbles, y aun algunos tramos más acá. O sea, en años en que la democracia turca, o virtual, o como se le llame, dejó un pozo, entre el cablerío cortado y la pared caída. Tiempos, recordemos, de los grandes desembarcos y de las apuestas mayores, también en la cultura, con su producción de humo y de reflejo. Una realidad que el poeta fue entendiendo, y digiriendo, también como una demasía para él solo, pero tampoco quería ponerse a vivir por nada, y se entiende, en la queja de bandoneón y en la derrota. Y de ahí su paso, su vibración y su actuación sin tregua, que son muestras palpables de un nervio a cielo abierto, pero también de una herida palpitante; y así lo hemos observado más de una vez en el silabeo, a veces grave, a veces sobreactuado, de sus poemas, que van colmando el espacio con su gracia desinhibida y tensa. Así, a menudo, su poesía termina derivando en el sainete, un sainete atravesado, y condenado, de abismo y de vacío. Un modo, con una intimidad, que el poeta escogió sin más para dialogar y representar una realidad (y una trizadura, un aire), por momentos más cercana a la absurdidad, que, está visto, lo golpea y lo estremece. Un poeta que escribe --tantas veces así lo imaginé-- contra las cuerdas, a veces mirando conmovido al ring-side, sabiéndose solo, para sacar finalmente, apoyado en ese espaldar de sogas, su seguidilla de golpes más precisos. Otras veces, no pocas, seguramente en la calma de su hogar, en tardes o noches lentas, el poeta juega, ríe, se da un respiro, como quien avanza en las páginas vacías, no para más que por eso mismo y para situarse mejor en su trabajo, donde la materia prima es su propio cuerpo, su propio tiempo, el tiempo de todos, comprendiendo que el juego, el sainete de los cuatro vientos nacionales, es serio, muy serio. O bien sale a caminar, a embeberse del aire de parques tan distintos, indagando en las grietas, y regresando, bajo su camisa y su pantalón puestos a prueba. En este camino, que es andado y demarcado en poema y poema, el poeta deja traslucir sus costumbres y tonos de familia y sus ancestros, y en este ejemplo, su intención, sus lugares, su voz, son muestras elocuentes y extrañas, o muy de estos tiempos, de tejidos rotos y huellas entrecruzadas, y donde más que los trayectos y procesos de la historia de una lírica, y de una mística, hay la conjunción de los materiales más diversos, en sorprendente apareamiento, del sacudido y contemporáneo mundo. Ahí aparecen, como vecinos de sus calles, y como tíos mayores y maestros, Nicolás Olivari y Julio Huasi, tantas veces abrazados o fundidos, muy en Rolando, en una u otra esquina, desde el humor y la pincelada suburbana hasta esa tensión insinuada crispación, que, con fondo de hora pico, pueblan la escena y la mirada del poeta. Una confluencia, la continuidad de un curso, no exentas de apoyaturas, que han venido confirmando un campo singular en el marco abierto de la poesía porteña. Entre sus diversos y tensados poemas, entre lo significativo de su salsa, obrando como verdaderos carnets de identidad de su obra --y además hábitat de crecimiento de este trabajo--, surgen por sí solos al recuerdo poemas como: demasiado yo para mí solo; el que refiere a la sartén (por el mango); el que atañe a las rameras y a la policía de sus cuadras; el dedicado al Episcopado o el que ahonda en su fastidio, y, entre algunos otros de la lista, finalmente, ese poema-declaración en que el poeta, otra vez en los bordes, o más allá, esgrime su arma cargada de defensa. Rolando Revagliatti, un poeta de flores, un poeta en los límites, un poeta dramático.









*Eduardo Dalter. cuadcarmin@hotmail.com



-2008-

*Prólogo de Eduardo Dalter para las ediciones soporte papel y electrónico del volumen “Revagliatti – Antología Poética” con selección de su prologuista.








Tren*


El tren era el de todos los días a la tardecita, pero venía moroso, como sensible al paisaje.
Yo iba a comprar algo por encargo de mi madre.
Era suave el momento, como si el rodar fuera cariño en los lúbricos rieles.
Subí, y me puse a atrapar el recuerdo más antiguo, el primero de mi vida. El tren se retardaba tanto que encontré en mi memoria un olor maternal: leche calentada, alcohol encendido. Esto hasta la primera parada: Haedo. Después recordé mis juegos pueriles y ya iba hacia la adolescencia, cuando Ramos
Mejía me ofreció una calle sombrosa y romántica, con su niña dispuesta al noviazgo. Allí mismo me casé, después de visitar y conocer a sus padres y al patio de su casa, casi andaluz. Ya salíamos de la iglesia del pueblo, cuando oí tocar la campana; el tren proseguía el viaje. Me despedí y, como soy muy ágil, lo alcancé. Fui a dar a Ciudadela, donde mis esfuerzos querían horadar un pasado quizá imposible de resucitar en el recuerdo.
El jefe de estación, que era amigo, acudió para decirme que aguardara buenas nuevas, pues mi esposa me enviaba un telegrama anunciándolas. Yo pugnaba por encontrar un terror infantil (pues los tuve), que fuera anterior al recuerdo de la leche calentada y del alcohol. En eso llegamos a Liniers.
Allí, en esa parada tan abundante en tiempo presente, que ofrece el ferrocarril Oeste, pude ser alcanzado por mi esposa que traía los mellizos vestidos con ropas caseras. Bajamos y, en una de las resplandecientes tiendas que tiene Liniers, los proveímos de ropas standard pero elegantes, y
también de buenas carteras de escolares y libros. En seguida alcanzamos el mismo tren en que íbamos y que se había demorado mucho, porque antes había otro tren descargando leche. Mi mujer se quedó en Liniers, pero, ya en el tren, gustaba de ver a mis hijos tan floridos y robustos hablando de foot-ball y haciendo los chistes que la juventud cree inaugurar. Pero en Flores me aguardaba lo inconcebible; una demora por un choque con vagones y un accidente en un paso a nivel. El jefe de la estación de Liniers, que me conocía, se puso en comunicación telegráfica con el de Flores. Me anunciaban malas noticias. Mi mujer había muerto, y el cortejo fúnebre trataría de alcanzar el tren que estaba detenido en esta última estación. Me bajé atribulado, sin poder enterar de nada a mis hijos, a quienes había mandado
adelante para que bajaran en Caballito, donde estaba la escuela.
En compañia de unos parientes y allegados, enterramos a mi mujer en el cementerio de Flores, y una sencilla cruz de hierro nombra e indica el lugar de su detención invisible. Cuando volvimos a Flores, todavía encontramos el tren que nos acompañara en tan felices y aciagas andanzas. Me despedí en el
Once de mis parientes políticos y, pensando en mis pobres chicos huérfanos y en mi esposa difunta, fui como un sonánbulo a la "Compañia de Seguros", donde trabajaba. No encontré el lugar.
Preguntando a los más ancianos de las inmediaciones, me enteré que habían demolido hacía tiempo la casa de la "Compañia de Seguros". En su lugar se erigía un edificio de veinticinco pisos. Me dijeron que era un ministerio donde todo era inseguridad, desde los empleos hasta los decretos. Me metí en un ascensor y, ya en el piso veinticinco, busqué furioso una ventana y me arrojé a la calle. Fui a dar al follaje de un árbol coposo, de hojas y ramas como de higuera algodonada. Mi carne, que ya se iba a estrellar, se dispersó en recuerdos. La bandada de recuerdos, junto con mi cuerpo, llegó hasta mi madre. "¿A que no recordaste lo que te encargué?", dijo mi madre, al tiempo que hacía un ademán de amenaza cómica: "Tienes cabeza de pájaro"


*de Santiago Dabove, incluido en "La muerte y su traje".
Buenos Aires, Alcántara. Edición de 1961. (págs 137-138)







EL REY DE LOS SUICIDAS*



*por Juan Forn


Un compadre con el que intercambio música acá en Gesell me hace escuchar la versión que hace Seu Jorge de un tema famoso de Serge Gainsbourg. El brasuca aporrea sin compasión los bajos de su guitarra y canta con voz grave, monocorde y cada vez más crispada: “Chatterton suicidou / Kurt Cobain suicidou / Vince Van Gogh suicidou / Nietzsche enloqueceu / E eu, ¡puta pariu!, nao vou nada bem”. Mi joven amigo, que parece un calco del Lukas de Rep en vestimenta, personalidad y gustos musicales, dice: “Es la única canción brasilera que me banco”. Y agrega: “¿Vos sabés quién es Chattertón?” (así lo pronuncia: con acento en la o, como Seu Jorge en la canción). Y señala la imagen bajada de Internet que tiene pegada en la pared, entre fotos de Luca, Hendrix, Kurt Cobain, Sid Vicious, Janis Joplin, Ian Curtis y Jim Morrison. “Era un groso este chabón”, dictamina. “Es el rey de los suicidas.”
Cierto: Thomas Chatterton es uno de los cadáveres más famosos de la historia, aunque nació en la clase equivocada y nunca logró salir de ella, aunque vivió apenas diecisiete años y comió mierda desde que llegó hasta que abandonó este mundo. Su madre cuidaba una iglesia en Bristol, su padre había muerto antes de que él naciera. Lo mandaron a la escuela para pobres de Bristol, de donde egresó con escaso futuro a los catorce años y empezó a trabajar para un copista de la ciudad, que no le pagaba ni una moneda: sólo le daba alojamiento, comida y ropa vieja, como a sus otros criados. En esas ásperas condiciones, el joven se las arregló para inventar un inexistente monje medieval llamado Thomas Rowley, a quien le adjudicó una serie de poemas, que redactó él mismo, en estilo y caligrafía impecablemente góticos, sobre unos pergaminos que su abuelo había encontrado accidentalmente en los sótanos de la iglesia que cuidaba. Gracias a ellos, el impetuoso Chatterton pudo dejar Bristol y llegar a Londres dispuesto a conquistar la ciudad con su pluma. Seis meses después su casera lo encontró muerto en el altillo que alquilaba.
El cadáver seguía tibio cuando empezó a tejerse la leyenda. Mientras la población masculina reunida en la taberna adjudicaba el suicidio a la evidente insanía del muerto (cosa que permitía explicar todas las excentricidades de Chatterton, desde “sus amenazas de hacerse mahometano” hasta sus falsificaciones medievales, su bizarro gusto para vestir e incluso su vegetarianismo), las chicas del burdel de abajo aseguraron que el muchacho había muerto de hambre porque el panadero de la cuadra le había negado “una hogaza a crédito”. La madama afirmó que lo había oído sollozar toda la noche, mientras sus pasos iban y venían de un extremo al otro de la habitación. Una vecina que logró colarse junto al policía que forzó la puerta dijo que el cadáver yacía a medias caído de la cama, con expresión angelical y rodeado de papeles rotos, “no mayores que una moneda de seis peniques”. Y el boticario confesó compungido que la tarde anterior le había vendido al muchacho un poco de arsénico y láudano. En los días siguientes, no sólo las pupilas del burdel, sino ya todas las muchachas de la zona hablaban de la fulminante belleza, el carácter indómito y las proezas amatorias del finado. “En el fondo de sus extraordinarios ojos grises había un incendio”, escribió Horace Walpole, que en vida de Chatterton lo había despreciado olímpicamente. Y Coleridge, aun sabiendo que aquellos poemas medievales habían sido meras imitaciones, afirmó que estaban escritos “en el inglés más puro que haya existido jamás”.
Chatterton es el primer caso de un poeta en el que importan menos sus versos que su vida, y su muerte. A partir de él se acuñaron las palabras “bardolatría” y “literaturicidio”. Menos de un año después de su muerte, Alfred de Vigny estrenó en París su obra de teatro sobre Chatterton y Goethe publicó Las tribulaciones del joven Werther y comenzó una verdadera epidemia de suicidios de jóvenes en toda Europa. Chatterton era el patrón por el cual medían su desesperación. Juventud, poesía y alienación se hicieron sinónimos. Keats, Shelley y Byron lo idolatraron. Baudelaire, Nerval y Rimbaud harían lo mismo en Francia, como Von Kleist y Holderlin en Alemania. En palabras de Balzac, la disyuntiva era “matar la pasión y llegar a viejos o abrazar el martirio de la pasión y morir jóvenes”. El suicidio se convirtió en el supremo gesto de desprecio hacia el insípido mundo burgués. El cuadro La muerte de Chatterton, del prerrafaelita Henry Wallis, se convirtió en una auténtica estampita devocional. Y la única razón que impidió que la tumba del poeta se convirtiera en objeto de veneración fue que lo enterraron en la fosa común.
Curiosamente, si Chatterton hubiera seguido escribiendo se habría convertido casi con seguridad en su propia antítesis: de hecho, al llegar a Londres ya había dejado atrás su escritura “gótica” y virado hacia el estilo de moda por entonces en la metrópoli, la sátira en verso. Con esa paradoja en mente, un bisoño egresado de la Universidad de Bristol llamado Nick Groom se sumergió hace diez años en la iconografía chattertoniana y emergió hace muy poco con un veredicto hasta para él mismo decepcionante: Chatterton no se suicidó. El informe del forense admite la presencia de arsénico y láudano en el cuerpo, pero aplicados para curar una gonorrea que tenía el muerto. Aparentemente Chatterton habría incurrido en una sobredosis accidental. No sólo en su nutrida correspondencia londinense sino en los papeles que quedaron en su habitación y fueron enviados a su familia hay el menor signo de depresión suicida. Al contrario, Chatterton cuenta en ellas que estaba ganando buen dinero, fruto de las treinta piezas que logró colocar en siete periódicos de Londres antes de llegar y otras veinticuatro que entregó en los meses previos a su muerte, además de vender un drama musical en cinco guineas (cuando una libra alcanzaba para alimentar a una familia entera durante una semana) y aceptar una jugosa comisión para escribir un libro por encargo.
En cuanto a la lluvia de papeles rotos que había en torno del cadáver, no se debió a que Chatterton destruyera toda su producción literaria antes de morir, como decía el mito, sino que era práctica habitual suya romper en pedazos bien pequeños todo lo que escribía y no le gustaba (para que nadie pudiera robarle los versos que él descartaba por malos). Groom cuenta además que Chatterton no se hubiera privado bajo ningún aspecto de dejar una nota en caso de suicidio ya que, en sus tiempos en casa del copista en Bristol, dos veces habían hallado notas suicidas de su puño y letra en lugares bien visibles de la casa (de hecho ésa fue la razón por la que terminaron despidiéndolo y se marchó a Londres). En su gran libro sobre suicidas, Al Alvarez comenta una de ellas: dice que nunca leyó una nota de suicidio en la que su autor pareciera estar pasándola tan bien como para preferir seguir escribiendo en lugar de suicidarse.


-FUENTE: Contratapa Página/12
27 de junio 2009
-Enviado para compartir por Ruben Vedovaldi. rubenvedovaldi@netcoop.com.ar







Votar por el más gracioso*



*Reynaldo Sietecase
25.06.2009

"La risa, remedio infalible". Esa frase es, desde hace años, el título elegido por la revista Selecciones para abrir sus espacios de humor. Es también una síntesis de sabiduría popular. Está comprobado que el humor hace bien. Mejora la salud. La pregunta es: ¿puede mejorar también la suerte de un candidato? La mayoría de los dirigentes políticos argentinos piensan que sí.

Hace tiempo que el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, no participa de entrevistas que puedan ponerlo incómodo. Sin embargo, se animó a ponerse una capa de monarca en los hombros y a cantar con su doble, Martín Bossi, a lo Freddie Mercury en "Gran Cuñado". El gobernador de Buenos Aires y candidato a diputado nacional, Daniel Scioli, tiene una rara habilidad. Ante cualquier planteo periodístico contesta lo que quiere. No hay repregunta que pueda perforar su discurso tan blindado como optimista. Eso le permite sortear las requisitorias más incisivas. Por ejemplo: aunque fue procreado políticamente en los años noventa, se sumó a las críticas del oficialismo a lo ocurrido en esa década. Nadie logró sacarle una autocrítica de su pasado junto a Menem.
Con la misma convicción concurrió al programa de Marcelo Tinelli junto a su esposa Karina Rabolini.

En el mismo programa, Francisco de Narváez no dudó en bailar con su doble.
En los actos públicos posteriores a sus pasos de baile, los militantes le repiten la muletilla de su clon: "Votame, votate; alica, alicate". Su paso por el programa humorístico más visto de la tele fue más efectivo que la intensa campaña publicitaria que despliega desde hace meses. Y todos saben que fue mucha.

Si bien Cristina Fernández no asistió al plató de Tinelli, sucumbió a la tentación de una manera indirecta. La Presidenta de la Nación, quien alguna vez se declaró cinéfila y ajena a los juegos de la televisión, hizo varios de los gestos de su imitador, Martín Bossi, durante uno de sus últimos discursos en el conurbano. La candidata a diputada nacional por el PRO, Gabriela Michetti, fue más allá. Hizo giros en su silla de ruedas junto a su imitadora. Y replicó el gesto de "Madre Teresa" que con impecable rigor popularizó Anita Martínez.

Alfredo De Angeli no es candidato pero llevó a su hermano a la tele. El clon del dirigente chacarero le trajo menos dolores de cabeza a la conducción de la Federación Agraria que el original. Felipe Solá aprovechó su momento televisivo y gastó a sus rivales de ficción. Una pequeña revancha ante el maltrato oficial y el ninguneo publicitario de sus aliados. Hasta el impasible Carlos Reutemann, el dirigente más hermético de la política nacional, concurrió a dar examen. Lo convencieron la paridad en la elección
santafesina y el consejo de sus asesores sobre la necesidad de romper con la imagen dubitativa de su clon. Su imitador se cansó de repetir "no sé" ante las consultas más sencilla. Como Scioli, llevó a su bella esposa al programa y le pidió a la producción que emitieran la canción de su campaña.

Los personajes de Elisa Carrió y Luis Juez, dos opositores no peronistas, fueron expulsados tempranamente del juego. Es imposible saber cómo hubiesen reaccionado si los convidaban a enfrentar a sus clones. Pino Solanas, que no fue parodiado en el ciclo, dijo en este diario que la presencia de los
candidatos frente a sus imitadores le resultaba "penosa" y agregó: "Es la degradación de la política".

¿Será para tanto? ¿De verdad es posible rechazar un escenario tan popular?
Hasta ahora, todos los que acudieron al llamado de Tinelli se fueron conformes. "Siempre es mejor que se rían con uno a que se rían de uno", confesó uno de los dirigentes mencionados.

En la noche del lunes, mientras Macri cantaba "Somebody to love" en Canal 13, en otro programa de humor, Caiga quien caiga (Telefe), un grupo de candidatos se lucía de otra manera. Interrogados sobre cuestiones básicas de la ciudad y la provincia, Néstor Kirchner se excusó y pidió que le pregunten sobre Santa Cruz; Daniel Scioli dijo no saber, por ejemplo, con qué estados provinciales limita Buenos Aires; De Narváez y Enrique Olivera se negaron a responder. En tanto que Alfonso Prat-Gay, Michetti y Solanas patinaron en varias preguntas sobre geografía porteña. Hubo, incluso, candidatos que no conocían a los candidatos de su propia lista sábana. Y esto no es broma.

Ahora mismo, mientras leés esta nota, el ex presidente de la Nación Néstor Kirchner discute con sus asesores si concurre esta noche a enfrentar a su imitador (Freddy Villarreal), que lo retrató jodón e hiperactivo. Las opiniones en su entorno están divididas entre los que le plantean que será el mejor cierre de campaña y los que temen por un paso en falso.

Con todo, hay que reconocer que el humor es bueno. Y el humor que se ejerce sobre aquellos que tienen algo de poder es mejor todavía. Desde este rincón hago una humilde sugerencia a los indecisos: voten al más gracioso. Será un voto coherente. Muchas veces, la realidad argentina parece un chiste.


*Fuente: http://criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=26490






Salida del Inventren...


Invito a los amigos y lectores a enviar poemas, colaboraciones, mensajes de saludo - aliento para la salida del Tren literario prevista para el 1 de julio (32 años después del último tren) desde la estación Carhue.


Inventren 2009, el recorrido:


CARHUÉ.

J. V. CILLEY.

ROLITO.

SATURNO.

SAN FERMÍN.

CASBAS.

EDUARDO CASEY.

ANDANT.

CORONEL M. FREYRE.

ENRIQUE LAVALLE.

CORACEROS.

HENDERSON.

MARÍA LUCILA.

HERRERA VEGA.

HORTENSIA.

ORDOQUI.

CORBETT.

SANTOS UNZUÉ.

MOREA.

ORTIZ DE ROSAS.

ARAUJO.

BAUDRIX.

EMITA.

INDACOCHEA.

LA RICA.

SAN SEBASTIÁN.

J.J. ALMEYRA.

INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.

PARADA KM 79.

ENRIQUE FYNN.

PLOMER.

KM. 55.

ELÍAS ROMERO.

KM. 38.

MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.

LIBERTAD.

MERLO GÓMEZ.

RAFAEL CASTILLO.

ISIDRO CASANOVA.

JUSTO VILLEGAS.

JOSÉ INGENIEROS.

MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.

ALDO BONZI.

KM 12.

LA SALADA.

INGENIERO BUDGE.

VILLA FIORITO.

VILLA CARAZA.

VILLA DIAMANTE.

PUENTE ALSINA.

INTERCAMBIO MIDLAND.



*

Queridas amigas, apreciados amigos:


Este domingo 28 de junio de 2009 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor argentino Gabriel Senanes. Las poesías que leeremos pertenecen a Marga López Díaz (Colombia) y la música de fondo será de Surazo (Andes).
¡Les deseamos una feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!! (Recomendamos usar
http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).



REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!

Freundliche Grüße / Cordial saludo!


YAGE, Verein für lat. Kunst,Wissenschaft und Kultur
www.euroyage.org
Schießstatt Str. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067





*


Exposición de
Walkala
(Luis Alfredo Duarte-Herrera)
en Oberndorf bei Salzburg

"Walkala, la fuerza de la imagen"

Invitación a la inauguración
El lunes 22 de Junio 2009, 19:30 horas

Lugar:
Librería "Buchgarten"
Römerweg 3
A-5110 Oberndorf bei Salzburg
Tel: +43 (0)6272 20632

Más informaciones en:
www.walkala.eu
www.galeria.walkala.eu

Duración de la exposición:
22 de Junio a 28 de agosto 2009
(Del 3 al 17 de agosto estará cerrada la librería por vacaciones)

Horarios:
Lu. - Vi. 8:00 a 12:00 y 14:00 a 18:00 horas
Sábados: 10:00 a 14:00 horas


Cordial invitación de:

YAGE, Verein für lat. Kunst,Wissenschaft und Kultur
www.euroyage.org
Schießstatt Str. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067




*


INVITACIÓN


El día 2 de Julio 2009, a las 18:30 horas, se realizará el concierto de premiación del 3. Concurso de Composición XICöATL „Ziehender Stern“, para piano.

Lugar: Museo Barroco
(Mirabellgarten, Salzburgo)

(Serán interpretadas las obras ganadoras y también las que merecieron una Mención de Honor.)

Obras:

„Muwieri“, para piano, de Laura Puras Braceras (España),

„Erosiones“, para piano y electrónica, de Jorge Sad (Argentina),

„Paisaje aéreo“, para piano y trío de cuerdas, de Víctor Ibarra Cárdenas (México),

„Fragmento para dominar el silencio“, para piano y trío de cuerdas, de Juan Pablo Carreño (Colombia),

„Una Visita nocturna a través de Ciudad de México: o cómo asustarse a morir“, para piano, de Andrew Glover (Inglaterra),

„Tumbao“, para piano y electrónica, de Miguel Farías Vásquez (Chile).

Más informaciones en: http://www.euroyage.org/es/xicoatl-87


Cordial invitación de:

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jueves, junio 25, 2009

¿DÓNDE ESTÁN LAS IDEAS?


-ILUSTRACIÓN DE RAY RESPALL ROJAS.



Aún Sigues Haciendo Latir mi Corazón*




Entre sangre y arena
El cálido bullicio de la tierra
Se confunde con uno que otro gusano.


Y si digo que lo hice no es que aún lo haga,
Pero lo intento;
Pues sigue confundiéndose aún con el viento.


En otros tiempos pensaba en ti,
Dios sabe que lo hice.
Mientras tanto,
Este descanso
Me sigue entreteniendo
Entre uno que otro gusano.


Y decía que solo era uno que otro
Por no decir que eran más;
Aunque es entre ellos que corría mi carne
Y se iba a pequeñas mordidas
Como de miradas que hacía en otro tiempo de ti.


Aún cuando parece haberme llegado
El momento de ya no sentirte,
Todo esto se confunde entre arena
De olores mojados.


Si así lo digo no sé por qué lo haga,
Pues siempre me dijeron
Que los muertos no dicen cosa alguna
Después de darle a uno
Explícitamente
La instrucción de descansar en paz.


Solo que el que extraña,
Aún extraña cuando ya se ha ido.
Y es que muerte así sentida,
Ni es tanta muerte en realidad.




*de hugo ivan cruz rosas quetzal.hi@gmail.com




¿DÓNDE ESTÁN LAS IDEAS?













DOS DISPAROS*







Casi sofocado por el intenso calor que desde temprano se había apoderado del pueblo, el hombre detuvo su paso vacilante frente al almacén de carcomidas paredes, casi cubierto su frente que daba a la ochava por viejos cartelones que publicitaban bebidas donde el agua había hecho su agosto. Quiero decir que el óxido se había escurrido hacia los ladrillos con verdín, con minúsculas hierbecillas que asomaban de las junturas arcaicas. El hombre se detuvo ante la puerta, casi mareado aún por el intenso calor, chorreaba un brillante sudor de su frente, se paró casi de golpe, como un niño a quien despiertan súbitamente de un sueño, puso una de sus palmas sarmentosas sobre los ojos, a guisa de pantalla, tal vez para ir acostumbrándose a la semipenumbra del local.

Una larga hilera de avejentadas botellas acomodadas en los estantes, con un esmero que no había modificado el paso del tiempo, ni las incursiones nocturnas de las ratas

El mostrador de vieja madera era vasto, mugriento y cubría todo el sector anterior a las estanterías. Antes de pedir su copa de “amargo”, el hombre sacó con lento movimiento un pañuelo muy sucio del bolsillo posterior del pantalón, adonde la higiene no era precisamente lo notable, secó el sudor copioso que le bañaba el rostro y carraspeó.

Bebió parado, silencioso, en un rincón del mostrador donde había sido adherido un trozo de estaño a limpio martillazo, para preservar la madera del desgaste y la humedad. El dueño, mientras tanto, sorbía con gusto un mate que le era alcanzado por una niña de no más diez años: flaca, desgreñada, casi ausente si uno le miraba los vivacísimos ojos oscuros.

No le despertó curiosidad el desconocido, tal vez era la siesta, tal vez el destino.

El hombre que había entrado con paso vacilante estaba un poco más reanimado con la copa cuyos repetidos chorros de soda le ayudaron a refrescarse.

Despacio, giró un poco el cuerpo y observó sin interés por el ventanal que tenía a su espalda. Más allá, la plaza pequeña, repleta de pinos y pájaros.

De vez en cuando un lento automóvil cubría de tierra el espacio del ventanal, tiraba su enojoso polvillo sobre las estanterías y el rostro de los dos únicos hombres, poniendo su pátina de molestia, de impiedad, de abandono.

El hombre, sin hablar, sin un gesto de más introdujo su mano derecha entre los pliegues de su camisa y aprovechando que el dueño miraba absorto la calle a través de la puerta vidriada, le apuntó con un pequeño revólver en el lado izquierdo del rostro. Los secos estampidos retumbaron estridentes en el local lleno de sombras, oliendo a flit y creolina.

Las ondas ganaron la calle, la cruzaron muy rápido y la plaza fue un denso volotear de palomas y pájaros.

El extremo rigor de la siesta estaba quebrado. El hombre sin atinar a guardar su arma, con ella en la mano, sorteó en dos trancos largos el espacio que lo separaba de la salida y corrió.



1984, otoño







*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar











LA CAPILLITA SOLITARIA*



La antigua ruta once, el camino real para nosotros, era ancha, arenosa, polvorienta, y desde nuestro pueblo hacia el norte, habitualmente desolada, casi desierta; haciendo lucir desolado todo lo que lo circundaba. Los arbustos, enredaderas, y pastos de los costados; se veían sucios, cubiertos por el polvo que se levantaba del camino, más por los vientos, que por el escaso tránsito de aquellos tiempos. Muy pocas casas se animaban a asentarse a su vera, sólo algún “boliche” o paraje, muy lejano uno de otro. Las casas de los colonos eran espaciadas, y se presentaban bastante alejadas de la ruta.
En la mitad del siglo veinte éramos niños, y solíamos acompañar a mi padre, en sus cortos viajes, con el traqueteante y pequeño transporte de fletes varios. Solíamos visitar colonos, llevando moderadas cargas de mercaderías, o de insumos, trayendo parte de sus cosechas, especialmente hortalizas y otros productos, que se comercializaban bien en el pueblo.
A un par de kilómetros de las últimas casas, donde un abandonado camino vecinal formaba la esquina de un pequeño lote de campo, yermo y de breves pastos amarillentos, alejado de todo vestigio de vida: se levantaba solitaria una pequeña capillita ornamental, que se erguía, no más alta que una persona, sobre una delgada columnata retorcida, de aspecto neo gótico, símil mármol, y consagrada seguramente a una deidad religiosa, alguna virgen. Nadie sabía qué conmemoraba, ni en honor a quién se había erigido, y sobre todo por qué precisamente allí, alejada de todo.
El tema es que verla siempre tan sola, causaba una sensación incómoda, revestida con algo de inexplicable temor, y nuestra imaginación infantil, nos proponía absurdas relaciones con alguna leyenda, de hechos o personas que desconocíamos; máxime que más de una vez hemos visto, a algún acompañante circunstancial de la zona, persignarse respetuosamente cada vez que pasábamos por el lugar.
Nunca pasé indiferente, ni lo hubiera hecho sin advertirlo; siempre ese resquemor, ese recelo. Y no sólo yo, en casa se contaban cosas curiosas que habían ocurrido, a quienes de noche pasaban por allí, y no guardaron tal vez el debido respeto; aunque no es que lo creyeran del todo, siempre aparecían esos temas en charlas de sobremesa, como algo gracioso, folklórico.
Recuerdo que una noche nublada y muy obscura, nuestro pequeño camión quedó sin nafta, y se detuvo, precisamente enfrente; aunque no podíamos verla, sabíamos nuestra posición, porque ubicábamos las primeras y espaciadas luces del pueblo. No podría decir que me daba miedo, estaba al lado de mi hermano mayor, que si bien todavía era un niño, era una compañía enorme para mí, y además estaba papá, que fue quién se bajó y midió con una pequeña regla, cuanta nafta tendría el tanque. Pero varias veces me descubrí escudriñando en la negrura, a ver si veía la silueta de la capillita, y a veces miraba fijamente. por si alguna cosa extraña se moviera cerca…
Un jinete se acercaba al trote.
Lo escuchábamos desde una buena distancia. Papá le habló cuando estuvo junto a nosotros, aunque ni remotamente lo conociera. Le dio un billete y una damajuana de vidrio, pidiéndole que le consiguiera algo de nafta en un almacén, que estaba sobre la ruta, hacia el norte. El jinete apareció tras un largo rato, con la damajuana a medio llenar, suficiente para llegar a casa. Generoso y honesto el criollo. Luego no sé bien qué pasó. Papá le pasó un billete de poco valor como propina, agradeciéndole “la gauchada”; pero el hombre se indignó, se enojó, y lo expresó a toda voz, y era que consideró escaso el pago por el servicio.
Mi hermano y yo nos decepcionamos, ya que en principio entendimos que era un gesto generoso, y no aceptaría pago alguno por el auxilio; pero no, el hombre entendió que era una changa, y le habían pagado poco…
Todo esto sumado hizo que nuestra avería requiriera bastante tiempo en el lugar, que para mí era apremiante. Me avergonzaba sentir el miedo o resquemor que estaba sintiendo, y por momentos tenía un cosquilleo y escalofríos, hasta que volvía a serenarme viendo que ya nos íbamos y dejábamos atrás aquel oscuro y desolado sitio. Alejándonos, y sintiéndome algo más seguro me animé a voltearme y mirar casi hipnotizado hacia atrás, esperando ver, vaya a saber qué misteriosa aparición.
Tengo en mi memoria ese percance, y aquella noche tan cerrada; donde tuve omnipresente la inquietante cercanía de la misteriosa capillita…
Y esto del halo singular y casi exótico, que emanaba el pequeño santuario, estaba bastante difundido, y amalgamado a una profunda cultura religiosa, que a su vez, de un modo curioso, se ligaba también a un abanico de supersticiones y temores. Era evidente, al menos entre nuestros conocidos y parientes; aunque nadie habría querido reconocerlo, y sólo surgía si se involucraban, como pasó con un primo mayor nuestro, que estaba viviendo temporalmente con nosotros…
Era todavía soltero, así que estaba en la etapa de conocer posibles candidatas casaderas.
Acostumbraban en la zona rural de aquel entonces, acceder a encuentros de muchachos y muchachas, en las fiestas familiares, o en los bailes de colonia, fiestas religiosas o cívicas, y tantos eventos domingueros o casuales. Pero sobre todo de un modo muy recurrido en la zona: las visitas domiciliarias; donde solos, o en compañía de un amigo, o a veces dos, el pretendiente llegaba un sábado por la noche, “a tomar mate”… directamente y sin invitación alguna, a una casa elegida, donde hubiera chicas casaderas;
El juego era ir “tanteando”, a ver cómo eran “recibidos”; y no excluía que también visitaran otras casas, a veces esa misma noche, hurgando en un itinerario de selección, que concluía sólo cuando se formalizaba un compromiso, Esto podía ser una búsqueda de meses o de años, tornándose en algunos casos crónica, y como todo, ir devaluándose con el tiempo, siendo recibidos lógicamente, cada vez con menos expectativas.
No sólo los sábados, también las vísperas de fiestas, donde la otra parte también esperaba con impaciencia, qué podría depararle aquellos encuentros; que por otra parte no siempre eran tan fortuitos, a veces, ya tenían previamente alguna mirada complaciente, como un guiño, o un convite concertado.
Mi primo pertenecía a éstos últimos, visitantes “tomadores de mates”…
Un jueves por la noche, víspera del sagrado viernes santo, en que no podía realizarse ninguna actividad que no fuera de recogimiento, o adoración a Dios y a Cristo crucificado. Mamá no hubiera querido, que ninguno de nosotros saliera de casa esa noche.
-Mirá que tenés que estar de vuelta antes de las doce. No te entretengas. Acordate que pasada la medianoche ya va a ser Viernes Santo…-
-Si tía, quédese tranquila.- dijo mi primo, guiñándonos un ojo a sus espaldas, cancheramente…
Y con esa promesa, mi primo subió a su bicicleta, y partió a su visita romántica, a una legua al norte. Cuando decidió volver vio que ya eran más de las doce; y aunque nada tomaba en serio, se sintió profundamente sólo al volver por la ruta, en una noche alumbrada fantasmagóricamente por la luna llena.
A la mañana siguiente, tartamudeaba, todavía desencajado al contar, lo que él juraba que le había pasado:
Precisamente al llegar a la capillita, vio de reojo como de la misma salía un pequeño perro negro, mostrando una ferocidad rabiosa, y ladrándole furiosamente, arremetía decidido a morderle la pierna. Trató de pedalear más fuerte, pero el camino arenoso le frenaba las ruedas, y el perro lo atacaba más y más fieramente. Comenzó a defenderse arrojándole patadas, pero cada vez que le acertaba una, el perro crecía, y se hacía cada vez más grande y más aguerrido; y en un momento se había convertido en un perrazo enorme que no le daba tregua…
Se acordó entonces de rezar desesperadamente, mientras se concentraba en pedalear, y poco a poco se fue distanciando; del descomunal y fiero animal en que se había convertido, salvándose según él, por muy poco de sus filosos colmillos…
Todos trataron de hacerlo entender, que el perro habrá sido nada más que un perro, y que el miedo hizo el resto…
Pero a él nadie le hizo cambiar nunca, lo que aseguraba haber vivido.
Y muchos de nosotros entonces, sin querer, sentimos un escalofrío….
Y yo, lo vuelvo a sentir cada vez que me acuerdo.



*de Celso H. Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar








Los suburbios del voto*



Por Horacio González *


Mirando por melancólicas ventanillas de un viaje en tren por la periferia de la ciudad, no necesariamente la zona más pobre, las fachadas de las casitas siempre hablan. ¿Qué murmuran? Se las ve modestas, con jardincitos un tanto deteriorados, pero algunos pórticos estilizados remedan atendibles aspiraciones. No es fácil descifrar lo que dicen y cómo van a opinar esos ventanucos, esas terrazas con asador, esas verjas que buscan reforzarse. Se juegan cuestiones que importan a sus dueños o inquilinos, aunque se digan indiferentes a lo político. Hay en esa arquitectura popular ideas soterradas, adivinables tal vez en un llamador de puerta recién lustrado o en el fileteo ingenuo de una balaustrada. Pueden revelar deseos contenidos, ansiedades inasibles. ¿Pero dónde están las ideas? ¿Cómo se las expone o despliega en conceptos, léxicos e imágenes?
Durante mucho tiempo existió en el país lo que podríamos llamar una "política de ideas". Se trataba de valorar el papel del Estado, el uso de los recursos públicos, el sistema de libertades, la representación social en
general y los modos de practicar las luchas. Palabras como pueblo y oligarquía, derecha e izquierda, reforma y revolución, privatización o estatización, liberalismo económico o autonomismo social se referían al modo en que la imaginación pública, durante ciclos históricos completos, había interpretado la cuestión del vivir común. Y sobre todo, las variadas imágenes de verdad que emanan del concepto político esencial: el pueblo.
¿Esos términos con los que se habló, desde Aristóteles al general Sandino, acabaron?
No es fácil destruir el mundo conceptual que proviene de la Revolución Francesa o de la emancipación latinoamericana, que durante el siglo XIX recogía lejanos impulsos jacobinos. No es fácil considerar desvaídos para siempre los eventos mexicanos de 1911, los de Rusia de la primera posguerra, los hechos argentinos de octubre del '45 y, en nuestro mismo país, la forja de la democracia como "forma de vida" en los cercanos años '80. Es decir, no es sencillo anular la historia como categoría interior del presente.
Hay vocablos que son como estacas. Que hacen a un antiguo memorial: liberalismo, socialismo, populismo, nacionalismo, republicanismo, desarrollismo, reforma agraria, todas vinculables entre sí, combinadas con graduaciones y tonos cambiantes según la espátula que extienda esas materias sobre el paño histórico. Sí, esas palabras siguen ahí. Pero yacen inertes.
La política de ideas parece desfallecer, se la acusa de irradiar vejez. Las pacientes líneas de edificación de Villa Soldati o los arreglados frontispicios de Flores Sur quizás hayan tomado nota de estos nuevos recesos.
La publicidad de De Narváez surge del socavón profundo de una contrarreforma que busca vulnerar los modos heredados, modernos, de la palabra política. Da por cerrado el ciclo de la política como cuerpo argumentado de proposiciones y juicios situados en relación con la historia del presente. Cuando decimos esto, no queremos significar que no hubieran ocurrido siempre las tramas oscuras de pasiones escurridizas, viviendo en el interior de las ideologías explícitas. Siempre hubo enterradas imágenes de redención, despojadas de verbo. A veces con sus esperanzas sofocadas, a veces en una mudez sin signos
ni juramentos. Todo esto, que para algunos fue siempre la verdadera ideología, es lo que ahora sucede victorioso. Ya está en el lugar visible y principal. Donde ha logrado reemplazar lo que llamamos política de ideas.
Bonapartismo de marionetas mediáticas, publicidad emanada de profesionales del acecho a la pulsión colectiva. Ponen el mundo histórico en remate. Pero en su verdad profunda, todo converge al acatamiento del bloque terrateniente, que propone a la Argentina como país maniatado. Una desnuda vida con estilo de proto-sociedad-rural. Frígida extensión de la que así realmente se llama. Triunfadora con su pensamiento feudalizador, sus herbicidas sofisticados, su siembra sin roturación, universo liso de
significados, amenazando empresarialmente de que faltará leche. Igual a las ficciones financieras y al ideal de una teleaudiencia unánime, extensa y global. Sumatoria de conciencias híbridas, cosechadas, recolectadas.
Eventualmente siguiendo al rastro del badulaque que reveló la secreta metodología: "Cargar gente en camionetas". Como bolsas de semillas genéticamente modificadas, las fuerzas patronales pregonan el amor a los vasallos y la condescendencia con las leyendas de la sacra invalidez.
Consideremos la consigna "A cada crimen un castigo", de De Narváez.
Atendamos al momento en que su publicidad hace pasar su reinventada voz directa a un mensaje fuera de cuadro. El pueblo está escuchando desde una vieja radio "a transistor". Los publicistas del candidato han logrado una escena arcaica de esperanza, todos con la mirada elevada hacia un futuro prometedor. El género es el de la "convocatoria de almas". Ha sido filmado muchas veces en el siglo XX por toda clase de cineastas, paradójicamente convertida en familiar por el realismo soviético. Significaba una unción que surge del gran momento en el cual los creyentes se congregan. Pero la epopeya desconecta totalmente los mitos de redención a las ideas efectivas con las que esos mitos se realizan. Por eso, técnicamente, esas miradas del pueblo hacia lo alto son el equivalente artístico de la camioneta de De
Angeli.
Ya ni siquiera podría decirse que son de derecha o de neoderecha. Se trata de otra cosa. Es el pasaje hacia la dislocación comunitaria por el ejercicio del miedo, de la venganza sin objeto, la moralización compulsiva, la injuria anónima, el predominio de mitologías recónditas espiritualmente enfermizas, de lo mórbido como ahorro total de argumentos circunstanciados, de lo que siniestramente brota con violencia en una conversación cualquiera, en la amenaza inesperada que se cuela en un hecho cotidiano, en la interjección furtiva de un vecino, en la sórdida opinión que escuchamos en un taxi o de un pasajero de atrás en el colectivo. ¿Hay algo a pensar sobre esto en las silenciosas moradas de Berazategui o en los departamentitos precarios de Mataderos?
A cada crimen un castigo, postula De Narváez. ¿Es posible esa fórmula -que de paso destruye la memoria dostoievskiana, siempre vigente en nuestro país literario- para proponer una política democrática en el ámbito que sea? Toda la cultura jurídica universal rechaza esa frase, bajo el riesgo de generar sociedades punitivas seriales y añoranzas de patíbulo para regir las prácticas vitales. Esta brutal redefinición de la sociedad argentina intenta también recolectar los filamentos vacantes del peronismo, convertido en un hueco histórico infinitamente resignificable, en un pellejo mustio. Así ya
habrá expiado sus culpas vulnerando su compleja historia, en la que decía gozar de su condición de enigmático rompecabezas. Este mismo jeroglífico es el que ahora señala sus impotencias humanas y políticas.
El proyecto deshistorizador de apoderamiento de lo social incluye frases de conquista, como "me haré cargo del peronismo", o "qué lindo el consenso", respectivamente de De Narváez y Michetti, gemas publicitarias complementarias, que combinan la estrategia de los gerentes de la nueva Argentina sin historia, con la monótona jerga de sacristía que violenta la espesura real de la trama cívica. El recitado de fiestita parroquial se torna política de Estado y geopolítica de captura de la memoria con un
evangelismo fofo. Pedazos enteros de la vida pública, con sus voces reales y los sellos de su tiempo, serán enviados como residuos de la historia a zonas de relleno sanitario. Del bunker de Las Cañitas a los vaciaderos del Ceamse.
En los últimos años se había ya avanzado en la sustitución de programas, ideas y artes de la militancia. Se imponía una hipótesis moralista, viscosa.
Por el visillo del ojo televisivo se sospechaba sobre el conjunto de la experiencia pública. "Corrupción." Un hálito inquisitorial expresó esta perspectiva antipolítica, que prefirió aliarse a los medios de comunicación de masas que descubrían el magno relato de la vigilancia por sobre las prácticas autónomas de lo político. A priori tales prácticas eran consideradas investigables; corruptas en su propio origen. La doctora Carrió entregó absolutamente su dicción -que al principio fue sugestiva-, a esta captura del origen incontaminado de la verdad. Para eso creó un personaje televisional, con crecientes gesticulaciones, mohínes y emblemas corporales que se fueron resumiendo en cierto profetismo moralizante, no sin dejos avasalladores, voluptuosamente irreflexivos sobre sus propios mecanismos.
Esta figura política que anunciaba renovaciones quedó atrapada en un folletín salvacionista que la televisión le festejaba y criticaba al mismo tiempo. Carrió tardíamente ha percibido los riesgos que su propia actuación entrañaba en cuanto a la deshistorización de lo político. Citó libros egregios y lecturas refinadas. Buscó en el santoral popular el resurgir de un vago carisma evangélico. Pero no contaba con un lenguaje de densidad adecuada para tal empresa, excepto su taimado clamoreo, mixto de enigma y
travesura amenazante. Fracasó en su intención de reproducir un núcleo mesiánico de moralización sobre las éticas reales de lo político. Ahora se la ve, quizás en un póstumo asomo de lucidez, recobrar por momentos la política de ideas, que abandonó en nombre de su tesis de un gravamen moral que dividía el mundo entre honestos y deshonestos. La insulza Michetti, con nada de Hannah Arendt y una simple guitarrita de atrio, representa mejor estas pobrezas temáticas; esto es, las representa aún más neciamente.
Carrió fue la meritoria adelantada de una seudoevangelización de lo popular para reencaminarlo -folletinescamente- al devocionario de las nuevas patronales. Pero todo ello dio un salto tecnológico con De Narváez. El partido de la punición moral ha triunfado, industrializando al fin el estilo artesanal de la doctora que vino del Chaco. También en ciertas zonas de izquierda, sin abandonar necesariamente su lenguaje -lo cual es un último rasgo de dignidad resistente- se ha entrado en sonoros discursos de
nebulosidad moralizante. Se hablará de estructuras económicas o de grandes esquemas de dominación mundial, pero tomando el convenio pedagógico del "saneamiento básico" de la historia. Auxilian desde un flanco inesperado a la pastoral del "crimen y castigo".
Ante esas calles suburbanas, saltando charcos por consejo de Durán Barba -titiritero de la desvitalización política-, acariciando a granel a criaturas vecinales en las esquinas de barro, con toques de bombo alquilado e imitando a la televisión que los imita, redefinen el pueblo a partir de su épica de millonarios: simulan hablar por antiguos altoparlantes para generar emotividad nostálgica. Son un subproducto de la alta escuela de los guionistas de la reconversión de las naciones y los pueblos como teleadictos a una colección de monerías y resentimientos, verdaderas fábricas de sumisión social. Estamos ante la desaparición misma de la idea de pueblo, sustituida por comicidades ultrajantes con el mismo nivel ficcional con que se tratan las crisis financieras y los índices de audiencia.
¿Qué dirán las casitas del conurbano o los PH de la avenida Juan Bautista Alberdi? La cuestión de la destrucción de los focos de vitalidad popular e histórica será el próximo y urgente debate luego de que se exprese el voto, en un difícil momento en que se pueden desplomar los balbuceos de cambio,
ahora sitiados. Ante el encarcelamiento de conciencias, castigadas por el crimen de haber pertenecido a la historia, una parte del voto progresista perezoso no cuestiona estas pedagogías de desembarco y embestida, imaginando así no desvincularse de las vastas porciones ya confiscadas. Pero el verdadero voto progresista comienza cuando se cuestiona con nuevas ideas todo este inédito sistema de saqueo.



* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional.
-FUENTE: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-127191-2009-06-25.html







¿Somos más civilizados que nuestros antepasados?*


Cuentan que cuando el hombre primitivo comenzó a vivir en sociedad, se compartía todo lo que se alcanzaba, no existía la propiedad privada, vivían en armonía entre ellos, y con la Madre Naturaleza. Ella proporcionaba los alimentos y lo necesario para protegerse del frío. Luego, comenzó alguien a apropiarse de lo que antes pertenecía a todos, a acumular bienes y poder, y se acabó la llamada Comunidad Primitiva. Comenzó la civilización.
Para una respuesta elemental a la pregunta: ¿Qué se entiende por civilización? acudo al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), y cito: “Estadio cultural propio de las sociedades más avanzadas por el nivel de su ciencia, artes, ideas”, y en otra acepción: “Acción y efecto de civilizar.” Si tomamos estas definiciones como punto de partida, para respondernos la pregunta que sirve de título a esta “elucubración” mía, es indiscutible que la humanidad ha logrado grandes avances en la ciencia y el arte, un poco menos en el campo de las ideas y prácticamente nada hemos avanzado en lo que concierne al comportamiento del hombre, como costumbres y “Acción y efecto de civilizar”, con respecto a los primeros seres humanos.
La avaricia, el egoísmo, la vanidad, el sometimiento, y otros males, han permanecido inalterables desde que dieron origen a la desintegración de la Comunidad Primitiva hasta nuestros días. Las guerras, y crímenes tan monstruosos como la destrucción progresiva de nuestro propio habitad, han sido el fruto de esos males. La riqueza ha estado concentrada en pocas manos y en muchas, la miseria y el desamparo. El hombre ha sido el lobo del hombre y de la Naturaleza. Nada ha cambiado, aún.
El Siglo XX llegó con una luz que fue La Gran Revolución de Octubre, luego comenzó a parpadear y se apagó en los finales del propio siglo. La llamada “Década Prodigiosa” pletórica de idealismo revolucionario, hoy es un recuerdo. Y sin ningún chovinismo latinoamericanista, sólo en América Latina ha comenzado a dejar de ser una utopía.
Cuba, por tratar de crear una sociedad en que el hombre deje de ser el lobo del hombre, ha estado sometida durante casi 50 años a agresiones militares, políticas, económicas y mediáticas brutales, por parte del imperialismo yanqui y sus aliados. Ningún pueblo ha conocido genocidio tan prolongado. Y resiste.
Las guerras imperiales para “civilizar” al hoy llamado Tercer Mundo y por los mercados y fuentes de materias primas, fueron y son lo suficientemente incivilizadas como para asesinar o someter pueblos enteros.
Las bombas atómicas lanzadas sobre las poblaciones indefensas de Hiroshima y Nagasaki , la criminal guerra contra el pueblo vietnamita, el colonialismo y las dictaduras militares , son unos pocos ejemplos de la inhumanidad de los “humanos” que ejecutaron esos crímenes, de quienes los apoyaron o callaron, y de los que desearon éxitos al agredido, pero no compartieron su suerte, como indicara el Ché.
El siglo XXI comenzó recorriendo los mismos caminos que el anterior. Guerra contra Afganistán, Irak, amenazas de agresión militar a más de sesenta “lugares oscuros” del planeta. El pretexto es el mismo: “Anticomunismo”, “Antinarcotráfico”, “Antiterrorismo”. La verdad sigue siendo la misma: La hegemonía mundial.
En numerosos países desarrollados resurgen las funestas ideas del fascismo, nazismo y del falangismo, además de la conocida xenofobia, que no es otra cosa que racismo. ¿Alguien conoce un caso de hostilidad o agresión contra algún blanco, rubio y de ojos azules? Cada vez son más frecuentes los crímenes que cometen los portadores de esas ideas.
Estados Unidos de Norteamérica, el autotitulado “baluarte de los derechos humanos”, asesina diariamente niños, mujeres, y ancianos en los países que ha ocupado militarmente, y los llama cínicamente “daños colaterales”. También tortura en cárceles secretas y públicas, y “… el mundo sigue andando”.
Por otra parte, varios países africanos, que contaron con toda la solidaridad mundial para alcanzar su independencia, hoy se desangran en guerras con sus vecinos o entre facciones y etnias que desean mantener o alcanzar el poder político y económico. Numerosos gobernantes se enriquecen con la miseria de sus pueblos y se cometen los más horripilantes crímenes contra la población civil. Es increíble, que en un país como Sudáfrica, donde decenas de miles de sus ciudadanos tuvieron que emigrar durante el régimen racista, ocurran hechos de carácter xenofóbicos contra ciudadanos de países vecinos que durante muchos años le brindaron protección.
En América Latina se respira otro aire. Un aire de independencia, soberanía y de justicia social, que todavía no llega a todos y cada uno de nuestros países, pero no dejan de ser transformaciones o cambios. Son el resultado de la lucha ciudadana y de los movimientos sociales contra las dictaduras militares y corruptos gobiernos neoliberales, así como del enfrentamiento a la oligarquía nacional y extranjera, que se resisten a restituir lo que durante muchos años les han robado a los pueblos. Asimismo, prevalecen en el continente las injusticias sociales y el brazo de la justicia no ha alcanzado a los que asesinaron, torturaron y desaparecieron a miles de patriotas, ni a sus cómplices.
¿Y qué decir de la Madre Naturaleza? Sencillamente, los “civilizados” siguen destruyendo la vida en el planeta y éste se defiende con inundaciones, huracanes, terremotos y volcanes que cobran miles de vidas inocentes.
Después de esta panorámica mirada, que en vuelo de pájaro he hecho al mundo o a una parte de él, me vuelvo a preguntar: ¿Somos más civilizados que nuestros antepasados? Y tengo que responderme: No.




*De Miguel Crispín Sotomayor arcomar@cubarte.cult.cu







Mecánicos*



Mi padre era muy malo al volante. No le gustaba que se lo dijera y no sé si ahora, en la serenidad del sepulcro, sabrá aceptarlo. En la ruta ponía las ruedas tan cerca de los bordes del pavimento que un día, indefectiblemente, tenía que volcar. Sucedió una tarde de 1963 cuando iba de Buenos Aires a Tandil en un Renault Gordini que fue el único coche que pudo tener en su vida. Lo había comprado a crédito y lo cuidaba tanto que estaba siempre reluciente y del motor salían arrullos de palomas. Me lo prestaba para que fuera al bosque con mi novia y creo que nunca se lo agradecí. a esa edad creemos que el mundo sólo tiene obligaciones con nosotros. Y yo presumía de manejar bien, de entender de motores, cajas, distribuidores y diferenciales porque había pasado por el Industrial de Neuquén.
Antes de que me fuera al servicio militar me preguntó qué haría al regresar. Ni él ni yo servíamos para tener un buen empleo y le preocupaba que la plata que yo traía viniera del fútbol, que consideraba vulgar. A mi padre le gustaba la ópera aunque creo que nunca conoció el Teatro Colón. Venía de una lejana juventud antifascista que en 1930 le había tirado piedras a los esbirros del dictador Uriburu, y conservaba un costado romántico.
Cuando le dije que quería seguir jugando al fútbol, lo tomó como un mal chiste. Me aconsejó que en la conscripción hiciera valer mi diploma de experto en motores para pasarla mejor. Siempre se equivocaba: fue como centro-delantero que evité las humillaciones en el regimiento. Cualquiera arregla un motor pero poca gente sabe acercarse al arco. La ambición de mi padre era que yo conociera bien los motores viejos para después inventar otros nuevos. Igual que Roberto Arlt, siempre andaba dibujando planos y haciendo cálculos. Una tarde en que me prestó el Gordini para ir al bosque me anunció que al día siguiente, aprovechando sus vacaciones, lo íbamos a desarmar por completo para poder armarlo de nuevo.
Yo no le hice caso pero él se tomó el asunto en serio. En el fondo de la casa tenía un taller lleno de extrañas herramientas que iba comprando a medida que lo visitaban los viajantes de Buenos Aires. Como no podía pagarlas, los tipos entraban de prepo al taller, se llevaban las que tenía a medio pagar y de paso le dejaban otras nuevas para tenerlo siempre endeudado. Había algunas muy estrambóticas, llenas de engranajes, sinfines, manómetros y relojes, que nadie sabía para qué servían.
A la madrugada dejé el coche en el garaje y me tiré en la cama dispuesto a dormir todo el día. Pero a las seis mi viejo ya estaba de pie y vino a golpear a la puerta de mi pieza. Mi madre no me permitía fumar y el entrenador tampoco, así que cuando me ofrecía el paquete yo sonreía y lo seguía por el pasillo poniéndome los pantalones. Caminaba delante de mí, medio maltrecho, y lo sorprendía que yo pudiera saltar un metro para peinar la pelota que bajaba del techo y meterla por la claraboya del taller.
-Sos un cabeza hueca -me decía.
Se reía con Buster Keaton y leía La Prensa. que le prestaba un vecino. tal vez había envejecido antes de tiempo o quizá se enamoró de una mujer intocable en uno de esos pueblos perdidos por donde nos había arrastrado. Nunca lo sabré. Mi madre ha perdido la memoria y apenas si recuerda el día en que lo conoció, ya de grande, en las barrancas de Mar del Plata.
Me miró y dijo: "Vamos a desarmar el coche. Después, cuando lo volvamos a armar, no nos tiene que sobrar ni una arandela, así aprendés". Era un día feriado, sin fútbol ni cine. Hacía un calor terrible y a mediodía el cura del barrio se presentó a comer gratis y a ver televisión. Pero antes de que llegara el cura mi padre me pidió que eligiera por dónde empezar. Parecía un cirujano en calzoncillos. Sudaba a mares por la piel de un blanco lechoso que yo detestaba. Al agacharse para aflojar las ruedas del Gordini se le abría el calzoncillo y las bolsas rugosas bajaban hasta el suelo grasiento. Puso tacos de madera bajo los ejes y empezó a sacar tornillos y tuercas, bujes y rulemanes, grampas y resortes. A mí me daba bronca porque creía que nunca más iba a poder llevar a mi novia al otro lado del río y entre los árboles. Igual ataqué el motor con una caja de llaves inglesas, francesas y suecas. A mediodía, cuando el cura asomó la cabeza en el taller, ya teníamos medio coche desarmado. Los dos estábamos negros de aceite y habíamos perdido por completo el control de la operación. Mi padre había desmontado todo el tren delantero, la tapa del baúl, el parabrisas, y asomaba la cabeza por abajo del tablero de instrumentos. Atrás, yo había sacado válvulas y culatas y trataba de arrancar el maldito cigüeñal. De vez en cuando mi viejo gritaba "¡Carajo, qué mal trabajan los franceses !" y arrojaba el velocímetro sobre la mesa mientras arrancaba con furia el cable del cebador. El cura nos miraba perplejo con un vaso de vino en una mano y la botella en la otra y de pronto le preguntó a mi padre cuántas cuotas llevaba pagadas. Ahí se hizo un silencio y el otro casi pierde los tallarines gratis:
-Doce -le contestó de mal humor mi viejo, que era devoto de cristos y apóstoles-. Y con la ayuda de Dios tadavía tengo que pagar otras veinticuatro.
Tardamos tres días para convertir al Gordini en miles y miles de piezas diminutas y tontas desparramadas sobre la mesada y el piso. La carcasa era tan liviana que la sacamos al patio para lavarla con la manguera. La segunda tarde mi madre nos desconoció de tan sucios que estábamos y nos prohibió entrar a la casa. dormíamos en el garaje, sobre unas bolsas, y allí nos traía de comer. Vivíamos en trance, convencidos de que un técnico diplomado en el Otto Krause y un futuro conscripto de la patria no podían dejarse derrotar por las astucias de un ingeniero francés. Fue entonces cuando mi padre decidió comprimir el motor y aligerar la dirección para que el coche cumpliera una performance digna de su genio. Hizo un diseño en la pared y me preguntó, desafiante, si todavía pensaba que el fútbol era más atrayente que la mecánica. Yo no me acordaba cuál pieza concordaba con otra ni qué gancho entraba en qué agujero y una noche mi padre salió a buscar al cura para qué con un responso lo ayudara a rehacer el embrague.
Al fin, una mañana de fines de febrero el coche quedó de nuevo en pie, erguido y lustroso, más limpio que el día en que salió de la fábrica. Lo único que faltaba era la radio que el cura nos había robado en el momento del recogimiento y la oración.
Le pusimos aceite nuevo, agua fresca, grasa de aviación y un bidón de nafta de noventa octanos. Hacía tiempo que mi padre había perdido los calzoncillos y se cubría las vergüenzas con los restos de un mantel. mi novia me había abandonado por los rumores que corrían en la cuadra y mi madre tuvo que lavarnos a los dos con una estopa embebida en querosene. en el suelo brillaba, redonda y solitaria, una inquietante arandela de bronce, pero igual el coche arrancó al primer impulso de llave.
Mi padre estaba convencido de haberme dado una lección para toda la vida. adujo que la arandela se había caído de una caja de herramientas y la pateó con desdén mientras se paseaba alrededor del Gordini, orgulloso como un gallo de riña. Después me guiño un ojo, subió al coche y arrancó hacia la ruta. A la noche lo encontré en el hospital de Cañuelas, con un hombro enyesado y moretones por todas partes.
-Andá -me dijo-. Presentate al regimiento como mecánico, que te salvás de los bailes y las guardias.
Ese año hice más de veinte goles sin tirar un solo penal. Por las noches leía a Italo Calvino mientras escribía los primeros cuentos. Mi viejo sabía aceptar sus errores y cuando publiqué mi primera novela, y me fue bien, se convenció de que en realidad su futuro estaba en la literatura. Enseguida escribió un cuento de suspenso titulado La luz mala, que inventó de cabo a rabo. Como Kafka, murió inédito y desconocido de los críticos. Por fortuna para él su único enemigo, grande y verdadero, había sido Perón.



*de Osvaldo Soriano
"Cuentos de los años felices" editorial Sudamericana, Buenos Aires, edición de 1993.




*

Queridas amigas, apreciados amigos:


Este domingo 28 de junio de 2009 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor argentino Gabriel Senanes. Las poesías que leeremos pertenecen a Marga López Díaz (Colombia) y la música de fondo será de Surazo (Andes).
¡Les deseamos una feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!! (Recomendamos usar
http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).



REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!

Freundliche Grüße / Cordial saludo!


YAGE, Verein für lat. Kunst,Wissenschaft und Kultur
www.euroyage.org
Schießstatt Str. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067





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Exposición de
Walkala
(Luis Alfredo Duarte-Herrera)
en Oberndorf bei Salzburg

"Walkala, la fuerza de la imagen"

Invitación a la inauguración
El lunes 22 de Junio 2009, 19:30 horas

Lugar:
Librería "Buchgarten"
Römerweg 3
A-5110 Oberndorf bei Salzburg
Tel: +43 (0)6272 20632

Más informaciones en:
www.walkala.eu
www.galeria.walkala.eu

Duración de la exposición:
22 de Junio a 28 de agosto 2009
(Del 3 al 17 de agosto estará cerrada la librería por vacaciones)

Horarios:
Lu. - Vi. 8:00 a 12:00 y 14:00 a 18:00 horas
Sábados: 10:00 a 14:00 horas


Cordial invitación de:

YAGE, Verein für lat. Kunst,Wissenschaft und Kultur
www.euroyage.org
Schießstatt Str. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067




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INVITACIÓN


El día 2 de Julio 2009, a las 18:30 horas, se realizará el concierto de premiación del 3. Concurso de Composición XICöATL „Ziehender Stern“, para piano.

Lugar: Museo Barroco
(Mirabellgarten, Salzburgo)

(Serán interpretadas las obras ganadoras y también las que merecieron una Mención de Honor.)

Obras:

„Muwieri“, para piano, de Laura Puras Braceras (España),

„Erosiones“, para piano y electrónica, de Jorge Sad (Argentina),

„Paisaje aéreo“, para piano y trío de cuerdas, de Víctor Ibarra Cárdenas (México),

„Fragmento para dominar el silencio“, para piano y trío de cuerdas, de Juan Pablo Carreño (Colombia),

„Una Visita nocturna a través de Ciudad de México: o cómo asustarse a morir“, para piano, de Andrew Glover (Inglaterra),

„Tumbao“, para piano y electrónica, de Miguel Farías Vásquez (Chile).

Más informaciones en: http://www.euroyage.org/es/xicoatl-87


Cordial invitación de:

YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur
www.euroyage.org
Schießstatt Str. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
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