viernes, marzo 09, 2018

EDICIÓN MARZO 2018.



*Dibujo de Erika Kuhn.











*



Fui con mi bicicleta por una calle soleada. La sombra gigante de las ruedas iba conmigo. Mi mediana estatura crecía sobre el pavimento. No había gente, los edificios se levantaban, rígidos, expectantes, y el sonido seguía. Unas cuantas palomas que volaban hacían sombra también. El sonido tuvo repiqueteos graciosos. Le presté más atención y supe que era el eco de mi bicicleta: un sonido que imitaba otro sonido que salía como sombra de las ruedas arremolinando aire y atravesando la ciudad. Iba con mi pollera al viento subida sobre la bicicleta. Había dado vueltas todo el santo día, así, sin cansarme. Iba rápido, rapidísimo. Y vi el interior de las habitaciones de las casas con sus ventanas abiertas, la gente abanicándose con las piernas flojas, desnudas sobre una sillita mirando el largo entierro del mundo, mirándome a mí, que pasaba con mi bicicleta y pasaba y volvía a pasar. Sí, yo iba con mi bicicleta, avanzaba, audaz. Los árboles se plegaban y los redondeles de los semáforos formaban una línea perdurable de rojo-verde-amarillo. El pavimento era una delgada lámina gris que se deshacía a mi paso.



*


El viento infla mi pollera y desacomoda mi cabello. El viento es el tiempo de este final de milenio que ya no avanza hacia el futuro en una sola dirección sino que se atolondra. El viento tiene un propósito que lo lleva más allá de sí mismo; y me envuelve. Pero si mi bicicleta se detiene ya no hay más viento, está la ciudad que se inmiscuye con sus colores, sus rectangularidades y sus simetrías. Yo hago surgir el viento cuando mi bicicleta empieza a andar, son mis piernas las que, gracias a su movimiento, ejercen un fuerte dominio. No he conocido en toda mi vida un protagonismo así. Inesperadamente siento que basta con que existamos mi bicicleta y yo para que el tiempo transcurra. Incluso la ciudad puede desaparecer. Me siento apenas sostenida por dos ruedas sobre el mundo con un brazo que pretende introducirse en la negra oscuridad del teléfono. Dos ruedas y dos piernas: para esta invención yo, igual que la ciudad, también necesito de las simetrías.



*


Dando vueltas arriba de mi bicicleta descubrí, con cierta ternura, que promovía la simpatía masculina. Una mujer manejando un automóvil puede irritar a los hombres, pero sobre una bicicleta no. Imaginé que ellos nos ven como amazonas, les gusta ese aire indómito que adquirimos al pasar tan velozmente, nos volvemos etéreas, ideales, únicas. Qué hermoso dar vueltas con mi bicicleta de esa forma. Hacía tanto tiempo que no lo hacía que ya había perdido esta noción de volar. De pronto escuché palabras que me retumbaron en la cabeza: soy una amazona.




*De Irma Verolín. irmaverolin@hotmail.com

-Fragmentos de la novela LA MUJER INVISIBLE” 

-MOGLIA Ediciones. Colección Ojo Lector. Bs. As. 2018.




-Irma Verolín nació en Buenos Aires en 1953.  Se formó en la escritura poética  pero comenzó publicando narrativa. A partir del 2013 retomó la poesía y publicó dos libros, el segundo gracias al premio de la fundación Victoria Ocampo.  Novelas: “El puño del tiempo” y “El camino de los viajeros”. Cuentos: “Hay una nena que gira”, “La escalera en el patio gris”, “Una luz que encandila” y “Una foto de Einstein tocando el violín”. Poesía: “De madrugada” y “Los días”. La editorial Palabrava editará su próximo libro de poemas: “Árbol de mis ancestros”. Es autora de algunos libros de literatura infantil publicados en distintas editoriales. Ha recibido numerosos premios: Emecé, Internacional de Novela Mercosur, Internacional de Puerto Rico, Fondo Nacional de las Artes,  Primer Premio Municipal de C. de Buenos Aires “Eduardo Mallea” entre otros.
Algunas de sus novelas fueron finalistas de los premios Clarín,  Planeta, Fortabat y La Nación. Fue becaria del Fondo Nacional de las Artes en 1999.












*



Escribo
sobre la pared.
Con mi lápiz de niebla
escribo sobre la pared
"los días han empezado a ser eternos".
Afuera,
el sol se derrama en agua clara
sobre la mansedumbre de los sauces.
Los árboles saben esperar de pie,
me digo.
Yo no sé
donde sembrar mi cuerpo,
en qué rincón del cuarto
arraigarme.
Si pudiera
florecer estas manos
ser
una amapola roja
suave,
vertical.
Escribo.
Escribo sobre la pared
"los días se han vuelto de viento"


*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com















PIERNAS DE ACERO LLEVA LA JUANA BARCO*




Cuando la conocí, era un hato de ramas secas, un manojo de nervios, muchos años encima y energía para regalar al mundo. Siempre la vi íntegra, con su pañuelo gris en la cabeza, la nariz aguileña, el cuerpo enjuto y esas piernas infatigables que recorrían los campos en busca de leña siempre acompañada de sus perros que no la dejaban ni a sol ni a sombra. Imposible recordar los nombres de sus hijos numerosos. Tenía una hija casada con don Toribio Aguirre, padre de mi amigo Carlitos, que talla en el apodo del Cholo, y Norita, casada con Nino Miguez.
Doña Juana era muy guapa, había venido no se sabe de dónde, pero aún en ese tiempo era capaz de recorrer los baldíos y traer con una varilla de mimbre a sus hijos menores, casi hombres, pegándoles por la pantorrilla hasta sacarles sangre porque no cumplían con el trabajo. Tenía una inmensa quinta de tomatales rojos que era su orgullo.
Mientras escucho a ese genio musical llamado Raúl Barboza, pienso más firmemente en doña Juana Barco, a quien no le conocí marido, infatigable y recia, dura, con su quinta de zapallos y su trato cortante. Cuando el rocío ya estaba sobre los pastos y los árboles, cuando el rocío se mojaba con la leche de los higos, ella ya se había metido con su pollera larga y negra por esos callejones que cruzaban los cuises, los hurones y los sapos, y volvería con ese hatillo de leñas secas para su cocina económica, donde daba delicia a sus nietos con el dulce casero que su industria obtenía de los frutales numerosos, y mientras pienso en esa quinta donde nunca entré ni entraré ya, orondo me paseo por el recuerdo de su cuerpo que juntaba el sol en ese pañuelo escueto que le cubría la cabeza y a veces la protegía de la llovizna cuando volvía del campo.
Mientras escucho al maestro Barboza, noto que se le sumó el Chango Spasiuk y me regodeo en este atardecer rosarino que me ciñe con su calor de febrero sobre mi cuerpo agotado. Cuando pienso en el origen de la familia Barco, se me pierde en la bruma del olvido y de los años y de la distancia que se come los cardos y las flores de los cardos y la vía solitaria con su trencito del mediodía que echaba humo mientras un jinete lo saludaba con la mano en alto, la mano donde colgaba el inofensivo talero que es una coquetería criolla que nunca castiga.
Pedroni escribió: “quien no haya hecho un balde alguna vez, nunca será jardinero”. Y vaya si doña Juana pudo hacerlos en demasía, porque su jardín era frondoso, rodeaba ese patio de tierra bien regada y hacía un collar sobre esa casa larga levantada en barro, con sus grandes ladrillos de adobe y encalada por dentro y por fuera, sus tres paraísos inmensos donde mateaba la familia entera. ¿Y cómo se llamaban los hijos varones de doña Juana Barco? Teofilo, el utilero eterno de nuestro club, Juan, Mojarra, que respondía al nombre de Ramón, Cochela, cuyo nombre olvidé, Armando y Héctor, el menor, a quien apodaban Tubito porque usaba pantalones bombilla con su gorra de cuero, sus zapatillas de básquet y su golpe seco con la paleta en el frontón de Huracán, sus atajadas en el arco defendiendo los colores del club y tratando de llevarlos a la gloria.
Los Barco vivían al lado del Rengo Gigena y enfrente de mi tía Ita, una mujer tan dulce que nunca supe si era más buena que dulce, pero sus actos eran notablemente solidarios. ¿Quién fue el niño que no había temido sus agujas en las vacunas de estación? Pero ella se las ingeniaba para no hacer sufrir a nadie. Mi tía se cruzaba a llevarles sus tortas de regalo, sus dulces, cuando doña Juana podía poco con su cuerpo cansado, cuando los años la acorralaron a ella y a su guapeza y no pudo más con sus leñitas secas, su jardín, su quinta olorosa a romero y a albahaca.
Uno a veces piensa, o tiende a pensar, desciñe sombras en este verano cabrón, acorralado de dudas, de recuerdos de amigos que se han ido en este tiempo. Valentín Prámparo, Hugo Correa, Tato Miguez, Lalo Negrini, que jugaron al fútbol conmigo y sus cenizas descansan allá.
También se nos fue Pancho Isaías cuando estaba a punto y en edad de saberlo todo y había pasado los noventa.
Ahora acaba de partir Alberto Lagunas, que de puro bueno se fue a ver si existía de verdad ese “refugio de los ángeles” de donde siempre extrajo la miel de sus poemas y la verdad de sus relatos con los cuales nos hizo llorar como ahora su triste partida que se vuelve realidad.


*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar




















*

(Del libro Hormigas, de Bea Lunazzi)





Caminos siempre caminos de hormigas
entre las nervaduras del tilo
no hay desazón, no hay gloria.
Las siete de la tarde de un rojo verano:
y ellas oscureciendo el follaje.






rito
de una tras una
sin rebeldía
sin creación.
Son las siete, las once, las dos;
el hechizo continúa.

En algún sitio
complacida
una negra divinidad se inclina.





Quién será capaz de memorizar
esta sucesión inequívoca,
esta formación aritmética
que desborda.
Alguien- algo deberá
retener- detener
salirse del camino,
comprenderlo todo
con una sola mirada.






Empuja desde dentro.
Estallido.
El hormiguero es un puñado efervescente
una erupción terca
de obreras al acecho
unas sobre otras
negro sobre negro.
Un mandato:
sobrevivir al próximo invierno

¿invierno?






Con su carga una hormiga roza la gruesa nervadura
se detiene y con su hoja algo torcida gira
da unos pasos y retoma su camino.
no está sola
la hormiga choca una compañera
y esta vez pierde su hoja;
una tercera toma el brote
lo centra sobre su espalda.
Por unos segundos
la primera hormiga
va y viene
por fin emprende el regreso.

A las siete de la tarde
la sombra de una hebra se agiganta
brota el hormiguero
se enciende el pasto
la tierra encandila.







Una hormiga imita una hormiga
avanza    para     gira
para        gira      avanza
Se repite el camino
las hojas mordidas
pastos    néctar    tilo
Se repite la tarde
el rojo
los brillos
Las siete del verano
imita el verano.








La fila pierde distancia
se compacta
expande.
Una hormiga acelera
viene
abre y cierra su mandíbula.

El sol agiganta.







Pasadas las siete
una luminosidad blanca
empequeñece a las hormigas.
Más lentas van
van calmas
no proyectan sombra.

vuelven en sí

Cada una va
a regular distancia
alivianada la carga
distendidos los músculos
avanzan.





La hoja del tilo
mordida en su centro
abre otro camino
revierte
el paso
oculta
el minuto siguiente.

Sobre la cara áspera de la hoja,
el lado de la luz.





*Bea Lunazzi, es de Azul, vive en Buenos Aires. Poeta, docente y Lic. en Letras. Coordina desde hace más de diez años talleres literarios municipales y particulares, forma parte de la cátedra de escritura creativa en la facultad de Filosofía y Letras de la UBA, dirige el ciclo de lecturas Punto de Fuga en la librería Punto de Encuentro (SI). En la Feria del Libro suele realizar talleres interdisciplinarios, sesiones de escritura en vivo y difundir las leyendas de las culturas originarias. Fue panelista en las Jornadas de Literatura y Psicoanálisis Autopistas de la palabra en la Biblioteca Nacional. Colaboró en la revista mexicana P.D. con artículos críticos y entrevistas a escritores. En poesía escribió Paisaje en el paisaje (Barataria, 2005), Hormigas (Modesto Rimba, 2017). En teatro para niños, El episodio jamás contado… (2007). Forma parte de antologías poéticas y de cuentos (Municipalidad de Lomas de Zamora, Ed. El Mono Armado, Fórnix, Yo te cuento Buenos Aires, entre otras) y como narradora ha publicando cuentos en revistas literarias y diversos medios virtuales.



Modesto rimba
Presenta

Hormigas
Bea Lunazzi


Palabras Preliminares

Liliana Heer.
Carolina Massola.
Flavia Soldano.


El miércoles 14 de marzo a las 19 hs.
Casa de la lectura.
Lavalleja 924.
CABA.














La cara oculta de los cuentos*


A Eva L.L. que sembró la idea
y aportó alegría a mi vida.



Ella quería ser princesa
pero, visto de cerca,
el palacio no era de cristal
sino de frío acero.

Y los invisibles barrotes
fueron deformando su rostro
-un rostro antaño dulce-
hasta transformarlo en una máscara,
una máscara de plástico
diseñada para un mundo de plástico
donde sólo es real el desencanto.



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
-De Por si mañana no amanece












*


El cuerpo cruzado por un canto abandonado dentro del cuerpo. Que es como decir: el silencio nacido en la vibración de un muro. O el silencio nacido en las manos de un niño que no toca la campana para avisar que es feliz, o el silencio nacido un segundo antes de un perro que aúlla. O el silencio nacido en la desnudez de la palabra que viene a repetirnos que esto es el desvío, que esta ropa no es nuestra. El cuerpo cruzado por el lenguaje que presentimos. Que es como decir: nosotros de rodillas.


*De Valeria Pariso.



-Valeria Pariso nació en 1970 en la provincia de Buenos Aires. Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna (2015), "Del otro lado de la noche" (2015) Editorial El Mono Armado,
"Triza" (2017) Editorial Detodoslosmares.
-Tiene inéditos los libros "Uva negra" y "Mascarón de proa".
Varios de sus poemas fueron traducidos al portugués y al italiano.
En el año 2014 crea, en Bella Vista, un ciclo de poesía destinado a la lectura de poesía contemporánea entre vecinos que continúa coordinando en la actualidad, incluyendo fotografía a cargo de Karina Giglio y música a cargo de César Jorge. Coordina talleres de poesía.
Sus blogs:
www.tantotequeria.blogspot.com.ar
www.laficciondelolvido.blogspot.com.ar








Inventren






ORTIZ DE ROZAS*




La mujer ya no era joven. Últimamente le parecía que ya nadie era joven,que los amigos, los vecinos, los parientes, todos habían ido deslizándose junto con ella por una cinta que los había dejado así, arrugados, desplanchados, desteñidos, como esos pantalones de trabajo que se van gastando irremediablemente, salpicados y con alguna que otra recosida para remendar lo que ya no da más de si. La ventanilla no deparaba sorpresas. Tras los campos y los postes alguna casita, alguien trabajando el campo, el cielo. A veces miraba el paisaje, a veces se miraba a sí misma etérea en el vidrio sucio, un reflejo de alguien con la mano sosteniendo la cara, el cabello claro, los ojos mirando sus propios ojos sobre el sinfín de la llanura.
Otra parada. El tren se detuvo y leyó el cartel "Ortiz de Rozas". Le molestó la zeta. Y la repetición de la zeta en los dos apellidos le sugirió la posibilidad de que la segunda fuese un error, pero no, no creo, se dijo. El cartel era antiguo, alguien lo hubiese corregido. Es raro, se dijo, es raro pero es así.
La próxima estación era la suya. Bueno, falta poco. Pero después de diez minutos y de que no observase pasajeros subiendo o descendiendo, se preparó para la noticia de que algún desperfecto había detenido el tren.
Esperó un rato. Miró por la ventanilla. Allá cerca de la locomotora se veía gente en el andén. Bueno, la ocasión de estirar las piernas, la posibilidad de enterarse de lo sucedido. Comenzó a pasar de vagón en vagón hacia el frente, pero luego decidió hacer el camino por afuera, para recibir un poco del último sol de la tarde. El último sol pone pelirrojos a los árboles, estira las sombras, hace que el cielo se transforme en una escenografía.
Algunos hombres estaban reunidos a la altura de la locomotora. Hablaban entre ellos y uno había encendido un cigarrillo. Cuando ya estaba cerca, un muchacho de campera negra escupió en el suelo. Estuvo a punto de regresar, pero se dijo que toda la vida había escapado ante los gestos desagradables y hoy no. Eso, hoy no. Con los brazos cruzados siguió caminando despacio hasta que pudo ver que en el suelo, en el centro del círculo de hombres, había una vieja motoneta caída de lado, y un hombre con gorra sentado con las piernas abiertas que miraba fijamente sus propias manos. No decía nada.
La mujer se acercó al grupo y preguntó que qué es lo que había pasado, pero los hombres la ignoraron. Su voz era suave, era vieja, era mujer. Los hombres ignoran a las mujeres viejas de voces débiles. Con las mejillas encendidas volvió a preguntar, "Qué pasó". Uno de los hombres giró un poco el cuerpo y la miró desde arriba pero no se molestó en contestarle. El joven de campera negra volvió a escupir.
La mujer sintió que se arrebolaba y a la vez una ira avasallante y una avasallante vergüenza.
"Me caí" dijo el hombre de la motocicleta. Después la miró.
"No vi el tren, me asusté cuando noté que lo tenía cerca, y me caí" Dijo el hombre que era viejo, que tenía ojos puros y que la miraba. Hacía mucho que nadie la miraba. Ella pensó que este hombre en el suelo la estaba mirando, pensó que le había contestado, notó que él la miraba con la cara abierta como la de un niño que despierta en medio de la noche y vuelve el rostro hallando el de su madre.
"Sana sana colita de rana" pensó ella. Increíblemente, dijo "sana sana colita de rana" y los dos rieron.
El grupo de hombres no se dio cuenta de que se había partido una montaña, no notó que el cielo se rasgaba, no escuchó caer las piedras de la torre que se derretía en estrépito. El grupo de hombres no hizo ningún comentario, simplemente levantaron la motocicleta y lo ayudaron a ponerse de pie.
Era alto, desgarbado, los pantalones le quedaban un centímetro más cortos de lo que debiesen. Ella le arregló un poco el gabán, y mientras se subía a la motocicleta le preguntó que por qué las dos zetas en el nombre de la estación.

Él no sabía.



*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com







-Próximas estaciones de escritura:

PLOMER   
-Por Ferrocarril Midland- & -Ferrocarril C.G.B.A-


JUAN ATUCHA.  
–Por Ferrocarril Provincial-


***
El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril Provincial:

JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.   FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.  
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.  
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.   
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA. 
LA PLATA.

***

El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril Midland:

KM. 55.    ELÍAS ROMERO.    KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.  
MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS. 
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.   LA SALADA.   
INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.   VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



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